Uxoricidio, pasión, epilepsia y monomanía. El caso de Eduardo Conesa

AutorMáximo Sozzo
Páginas267-304
267
CaPítulo 5.
UXORICIDIO, PASIÓN, EPILEPSIA Y
MONOMANÍA.
EL CASO DE EDUARDO CONESA
A f‌ines de la década de 1860 comienza a desenvolverse en la ciu-
dad de Buenos Aires la que va a ser calif‌icada a inicios del siglo XX por
José Ingenieros como una de las primeras “causas célebres” en las que se
plantea la relación entre la locura y el crimen en la Argentina: el caso de
Eduardo Conesa (Ingenieros, 1912, 235)226.
Eduardo Conesa es descripto por diversos actores que participan en
el proceso –y fuera del mismo, en revistas y periódicos– como una per-
sona que pertenece a los sectores acomodados de la ciudad de Buenos
Aires, que se ha destacado en la política y como escritor y poeta , además
de ser sobrino del reconocido militar Emilio Conesa. Así, su defensor,
José Francisco López, señala que se trata de un “joven” “acostumbrado
a la vida culta y confortable de nuestra sociedad” (Causa Célebre, 1871,
106). También Miguel Navarro Viola en su artículo publicado en la Re-
vista de Buenos Aires, señala:
“Sentimos tener que estampar el nombre de Eduardo Conesa en la sec-
ción de derecho en donde recuerda nada menos que la causa que se le
sigue por muerte dada a su esposa. En la sección de literatura, ese nom-
bre habría sido una esperanza para nuestros lectores. Conesa tiene una
226 No hemos podido dar con el expediente judicial del caso Conesa. No obstante, partes
sustanciales del proceso –defensas, acusaciones f‌iscales y sentencias– f ueron publicadas
por el mismo imputado en un volumen titulado Causa Célebre del Jóven D. Eduardo Co-
nesa por Muerte a su Mujer D. Mercedes Moncrif‌f en Buenos Aires en el año 1871 –que
citaremos de aquí en adelante como Causa Célebre (1871). También escribió un artículo
sobre este caso en la Revista de Buenos Aires, Miguel Navarro Viola (1869). Sobre estos
materiales se funda la descripción y análisis que presentamos en este capítulo.
máximo Sozzo
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inteligencia clara (…) es un escritor culto, un poeta notable aunque su
vida romanesca y de aventuras no le ha permitido hacerse hasta hoy un
nombre en las letras americanas como tenemos el deseo de que suceda
luego para honra del país y suya” (Navarro Viola, 1869, 514-515).
Del mismo modo, el periódico El Nacional, en ocasión de la apa-
rición del libro conteniendo las piezas de la causa judicial publicó un
artículo en el que calif‌ica a Conesa de “joven poeta y escritor conocido
en esta sociedad” (Causa Célebre, 1871, 145).
Conesa, junto con otros jóvenes de la elite porteña, en su mayor par-
te estudiantes, había participado en un intento de revolución en 1867
contra el Gobierno Nacional de Bartolomé Mitre que fue rápidamen-
te derrotado. Como consecuencia de la misma, pasó varios meses en
la Cárcel Pública y fue luego desterrado. Al momento de introducir el
libro en el que publica las piezas más importantes de su caso judicial,
señala el mismo Conesa: “tengo en mi contra todas las divinidades po-
líticas de nuestro Olimpo, con quienes he estado siempre en abierta
hostilidad, fulminándome sus rayos” (1871, IV).
La posición social del imputado le otorga a este caso una serie de ca-
racterísticas peculiares, marcando en distintos modos la forma en que el
mismo es tratado tanto por los operadores médicos como penales –del
mismo modo que ha sido señalado repetidamente en otros contextos
nacionales (Álvarez Uría, 1982, 191; Eigen, 1995, 2; Carrara, 1998, 70).
Luego del destierro, Conesa se reúne con su joven esposa –Merce-
des Moncrif‌f– en el Partido de San Vicente, pueblo de la campaña de
Buenos Aires. Rápidamente se desencadenaron una serie de conf‌lictos
en la pareja como consecuencia de las sospechas acerca de la inf‌ide-
lidad de Moncrif‌f por parte de Conesa. Dichos conf‌lictos culminaron
en una jornada en la que ella reconoció abiertamente frente a Conesa
–y algunos testigos– que le fue inf‌iel, lo acusa de haber hecho lo mismo
y le anuncia que abandonará def‌initivamente el hogar. Luego de inten-
tar convencerla de que no lo haga, de que repare de algún modo su
falta y de deambular toda una noche, al ver a la mañana siguiente que
“su mujer” se ha ausentado de su casa, la busca en unas casas vecinas,
la encuentra y mata de 21 puñaladas. Inmediatamente se entrega a las
autoridades del Partido de San Vicente.
loCura y Cr imen
269
1. “infamia”, “pasión fUnesta de los Celos” y
“fUerza moral”
En un primer momento en este caso judicial va a emerger como
tema principal la cuestión de la pasión. Como habíamos visto en el
Capítulo 2, la diferenciación de la pasión de ciertas formas de locura
–especialmente, la monomanía– formaba parte de los elementos claves
para pensar la intersección entre la locura y el delito en la consolidación
de la racionalidad penal moderna en Buenos Aires desde la década de
1860, especialmente a partir del trabajo de Carlos Tejedor. La visión
dominante en el seno del saber penal apuntaba a impedir la confusión
de la locura con la pasión pues esto implicaba un error desde el punto
de vista “científ‌ico”, pero además comportaba el peligro de justif‌icar la
“inmoralidad”, asimilándola a la “desgracia”, porque “el hombre que obra
bajo el imperio de una pasión ha comenzado por dejar corromper su vo-
luntad”, mientras el loco es arrastrado por un poder irresistible, “aquel
ha podido resistir y no ha querido” (Tejedor, 1860, 69)227.
Esto no implicaba desconocer que la pasión podía constituir una cir-
cunstancia atenuante que disminuyera la penalidad y que algunas voces
en el discurso penal sostuvieran incluso que, en ciertos casos excepciona-
les, pudiera generar irresponsabilidad penal, tal como estaba reconocido
en diversos textos legales coloniales –por ejemplo, la regla de Las Partidas
que justif‌icaba al marido que mataba a su mujer inf‌iel y a su amante si los
encontraba in fraganti (Ruggiero, 2001; 215; 2004, 175-178). Sin embargo,
la pasión adquiría también un carácter ambiguo, pues dependía de qué
tipo de pasión se tratara para establecer su valor en relación a la respon-
sabilidad penal. Había pasiones “nobles” –como el amor– pero también
pasiones “innobles” –como la avaricia. Por ende, se reconocía que se tra-
taba de una materia en sí misma sometida a interpretación, solo se podía
resolver caso por caso (Ruggiero, 2001, 214-215; 2004, 172, 176).
227 Es interesante notar que este rechazo a la confusión de la pasión y la locura se en-
cuentra presente también en el nacimiento de la medicina mental europea desde los
inicios del siglo XIX. Es muy evidente, por ejemplo, en la crítica de Georget a la famo-
sa argumentación del abogado Bellart en el caso Gras de 1792, negando que la locura
pudiera nacer de la pasión (Foucault, 1990, T. II, 172-183; Renneville, 2003, 114-115,
120-121). En el contexto español, esta fue también una posición f‌irmemente sostenida
por Pedro Mata −que a su turno inf‌luyo, como vimos, en los juristas argentinos (Álvarez
Uria, 1983, 181-200; González y González, 1994, 145-148).

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