Atentado político, 'neurosis epiléptica' y 'escuela positivista'. El caso de Ignacio Monjes

AutorMáximo Sozzo
Páginas413-457
413
CaPítulo 10.
ATENTADO POLÍTICO, “NEUROSIS
EPILÉPTICA” Y “ESCUELA POSITIVISTA.
EL CASO DE IGNACIO MONJES
El último caso que analizaremos en esta Segunda Parte comienza a
desenvolverse en 1886, año de la sanción del Código Penal de la Repúbli-
ca Argentina que viene a ponerle f‌in al proceso de codif‌icación en la ma-
teria iniciado dos décadas antes y simbólicamente concluye el proceso
de consolidación de la racionalidad penal moderna en este escenario. Es
otra “causa célebre” que tiene la particularidad de catapultar la cuestión
de la relación entre la locura y el crimen al primer plano de la política y,
por ende, la coloca en una posición privilegiada en el debate público. Se
trata del proceso penal contra Ignacio Monjes por el atentado contra el
Presidente de la República, Julio A. Roca392.
1. “Un pobre loCo”
El día 10 de mayo de 1886 se dirigía el presidente Roca a inaugurar el
período XXIV de sesiones del Congreso de la Nación caminando desde
la Casa Rosada, en el marco de marchas militares y rodeado de una nu-
trida concurrencia cuando, improvisamente, desde la muchedumbre se
desprendió un “hombre oscuro” a quien nadie vio y que se abalanzó so-
392 Con respecto a esta causa contamos con el expediente judicial completo: AGN, TC, 1,
M, 8. Algunas piezas fundamentales de este voluminoso proceso judicial fueron publicadas
en Jurisprudencia Criminal y Comercial de la Capital Federal en 1890.Por otro lado, existe
una reconstrucción del atentado realizada a mediados de los años 1930 por Ismael Bucich
Escobar en un tono claramente apologético de la f‌igura de Roca, anclado en los parámetros
típicos de la historia of‌icial. Este caso ha sido analizado por Ruggiero (2004, 131-139).
máximo Sozzo
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bre Roca, golpeándolo con una piedra en la cabeza. El Presidente cayó y
el agresor fue atrapado por diversos miembros de la comitiva que acom-
pañaba a Roca. Se alzaron voces que reclamaban hacer justicia inme-
diatamente, pero prevaleció la mesura y el agresor fue aprehendido por
la policía que lo sustrajo a la muchedumbre. En ese marco, de acuerdo
a lo que nos informa la historia of‌icial del acontecimiento, comenzaron
a entonarse vivas a Roca, combinados con “¡Abajo los asesinos! ¡Mue-
ran los anarquistas!” (Bucich Escobar, 1936, 22). Roca fue asistido por su
Ministro de Instrucción Pública, el médico Eduardo Wilde –a quien ya
encontramos involucrado activamente en la construcción de la medicina
legal en Buenos Aires–, quien comprobó que la herida era superf‌icial y
lo vendó. En ese estado, decidió dirigirse igualmente a la asamblea de
diputados y senadores. Dijo al inicio:
“Un incidente imprevisto me priva de la satisfacción de poder leer el últi-
mo mensaje que como Presidente dirijo al Congreso de mi país. Hace un
momento, sin duda un loco, al entrar yo al Congreso me ha herido en la
frente, ni sé con qué arma” (Bucich Escobar, 1936, 28).
Leyó solo la última parte del mensaje que fue distribuido en folleto im-
preso entre los parlamentarios, concluyendo: “Desciendo de este elevado
puesto con la conciencia tranquila, con el ánimo sereno, sin odios ni en-
conos para nadie (…) ni aun para el loco que acaba de agredirme” (Bucich
Escobar, 1936, 29). Como vemos, ya en los supuestos dichos de esta privi-
legiada víctima en la jornada misma del acontecimiento se hacía circular
una def‌inición de quien lo había llevado adelante vinculada a la locura,
que tenía como objetivo claramente quitarle todo contenido político.
El detenido se llamaba Ignacio Monjes. Era argentino, nacido en
Goya, Corrientes, tenía 36 años de edad, soltero, sin profesión, sabía
leer y escribir. En Goya había cursado sus estudios en el mismo Co-
legio al que asistían los miembros de la elite local y desde temprano
se había dedicado a la carrera de las armas. En 1880 participó en una
revolución fracasada en su provincia y pasó luego a la ciudad brasileña
de Uruguayana en donde puso un almacén. Fue víctima de constantes
persecuciones por parte de las autoridades locales y como consecuencia
de ello tuvo que abandonar esa ciudad, dejando todos sus bienes y viajó
a Buenos Aires en 1882, buscando recuperar sus propiedades por vías
diplomáticas. Allí se alojó en la casa de un comprovinciano, el abogado
Mansilla quien además lo ayudó a conseguir trabajo. Lo hizo primero en
loCura y Crimen
415
la Compañía de Tamways Belgrano, pero no pudo asumir ese trabajo en
razón de padecer de ataques de epilepsia393. Logró ser colocado luego
en un horno de ladrillos en la ciudad de La Plata en donde permaneció
más de un año pero luego, como consecuencia de las vicisitudes de ese
negocio, quedó sin trabajo nuevamente y volvió a Buenos Aires, alo-
jándose nuevamente en la casa del Dr. Mansilla. Este último logró con-
seguirle trabajo en una Imprenta pero solo duró en dicho empleo seis
horas pues sufrió un ataque epiléptico. Monjes era un f‌irme opositor
a Roca y concurría frecuentemente al comité “rochista” de San Telmo.
También frecuentaba desde hacía un año para el momento del atenta-
do, la sociedad espiritista “La Humildad”. Era un asiduo lector de Allan
Kardec. De hecho, entre sus ropas encontraron los policías un papel
escrito de puño y letra que decía: “Puede tener la seguridad de que no
hay espíritu alguno que lo persiga. Esta enfermedad es un efecto de sus
pruebas, es muy cierto, y cesará cuando deba cesar”394.
393 Uno de los primeros testigos interrogados, el abogado Mansilla, quien había dado
alojamiento a Monjes cuando llego a Buenos Aires, ratif‌icó que el mismo padecía de epi-
lepsia. Por eso, señaló que se había asustado porque en los tres días anteriores al 10 de
mayo faltaba de su casa, por lo que fue a pedir a la Comisaría que dieran con su para-
dero y había publicado un aviso en el diario La Nación. Luego de ello, Monjes apareció
diciéndole que había estado preso como consecuencia de una reyerta en un café (AGN,
TC, 1, M, 8, F. 11-12). En la misma dirección, señalando el padecimiento de la epilepsia
por parte de Monjes, se dirigen otros testigos (Ídem, f. 25). Este elemento, que se volverá
crucial a lo largo del proceso penal, es también señalado por el mismo Monjes cuando es
interrogado por el Juez del Crimen, señalando que hacía doce o trece años que padecía
de esa enfermedad, que hacía un mes había sufrido un ataque y que había sufrido uno la
noche del atentado en el calabozo en que estaba detenido, pero que pasó desapercibido
para los empleados de policía porque duro breve tiempo –apuntando que, en general, su-
fre esos ataques más o menos cada un mes. Monjes mencionó además a diversos doctores
que lo habían asistido de esa enfermedad, tanto en Goya como en Buenos Aires (Ídem, f.
52). Todos ellos fueron llamados a declarar en el proceso judicial y ratif‌icaron este dato:
Tomás Canevaro e Isaac Larrain de Buenos Aires (Ídem, fs. 79; 80) y José R. Gómez de
Goya quien prestó declaración ante el Juez de Paz de dicha localidad y af‌irmó que asistió a
Monjes en su epilepsia en 1880 en la ciudad de Uruguayana y luego volvió hacerlo, estan-
do de visita en Buenos Aires en casa del Dr. Mansilla en abril de 1886 (Ídem, fs. 229-230).
394 Ídem, f. 55. Es Mansilla el primer testigo que señaló también que Monjes frecuenta-
ba ciertos círculos espiritistas (Ídem, f. 11). Monjes reconoció en su declaración ante el
Juez del Crimen su pertenencia a “La Humildad”, que había asistido a varias sesiones y
había hecho una consulta al Gran Hermano acerca de la posibilidad de ser perseguido
por un espíritu que daría origen a la enfermedad epiléptica de que padece, consulta que
fue respondida negativamente en el papel f‌irmado por dicha sociedad que fue descu-
bierto en el marco de la investigación policial (Ídem, f. 53). Esto va a llevar al Juez del

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