Noviembre 2013. Juego de niños

AutorNorma H. Rozadas

La solidaridad y su disfuncionalidad con el sistema. Vivimos un tiempo y un lugar,“tabicado” por conductas humanas que impiden valores solidarios. La solidaridad es un valor y una decisión, que el sistema social aborta de modo continuo; sin cansancio.

Pero esa mutilación no la realiza el sistema en abstracto; somos nosotros, que somos el sistema, los que realizamos esa muerte. Somos nosotros los que no respondemos con solidaridad.

El adiestramiento para la salvación fue, y es tan minucioso, que nuestros días pasan adrede lejos de quienes nos necesitan. Boqueamos el amor a los pobres, pero gastamos frente a un escaparate el dinero con que una familia pobre vive un mes.

La solidaridad no es funcional con el poder que construye el mundo que vivimos. Por eso la solidaridad está condenada en esta sociedad, fraticida, egoísta, banal y consumista. Nosotros somos arrastrados desde niños a ese gesto.

Pero algo extraño sucede con este gesto humano,… la solidaridad. A pesar de todos nuestros actos, ella está nuevamente allí. No sabemos el porqué, pero por algún extraño misterio de llevarla siempre con nosotros, nace nuevamente cada mañana.

Por el contrario, si la solidaridad fuera funcional con el sistema, ya hubiera desaparecido. Sólo sería un grato recuerdo para la especie. Hubiera sido fagocitada con los actos del poder, y se hubiera destruido en alguna madrugada. No la encontraríamos. Pero no, cada amanecer, nos sorprende hablándonos del amor por el otro mientras vamos a un yugo “teledirigido” desde los grandes centros de poder, paradójicamente, un yugo que en la mayoría de los casos es “sin amor y sin fe”.

Un juego de niños. Por esa disfuncionalidad que tiene el amor hacia el otro dentro de este orden socioeconómico; eso que llamamos las cosas de todos los días, es que no reconocemos a la solidaridad. No la vemos.

Por eso también, es que nuestros gestos de amor en la vida -en estos tiempos- , suelen caer en sacos rotos.

¿Qué ha pasado? Eso sucede, porque como a niños nos han engañado y descocido los sacos donde guardamos las cosas que entendemos valiosas. El niño seguirá echando allí sus cosas, y si está con otro niño, lo harán juntos. Los juguetes volverán al piso, una y diez veces. En un momento, dejará de hacerlo y verá como sigue su juego. El niño tratará de cerrar el saco, o abandonará el juego.

Con la misma naturalidad con la que un niño retoma su juego, así deberíamos coser el fondo de los sacos...

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