Las voces que somos

No es una novedad que, de todos los sentidos, el oído es el más indefenso. Marcel Duchamp, siempre pícaro, lo dijo de una manera bastante ingeniosa: el oído no tiene párpados. Eso explica que, con el sonido, a diferencia de la imagen, estemos siempre a la intemperie.El escritor italiano Italo Calvino imaginó un libro de relatos dedicado a cada uno de los sentidos. La muerte le impidió terminarlo, pero tal vez no haya sido una casualidad que concluyera el del oído, y no el de la vista. El cuento se llama "Un rey a la escucha" (está recogido en el volumen Bajo el sol jaguar y Luciano Berio compuso sobre él una ópera que se estrenó hace poco en Buenos Aires) y la trama es muy sencilla. El rey está solo en su trono, del que no puede moverse, por el temor acaso infundado de que lo maten o porque su condición real así lo impone. Todo lo que sabe lo sabe por el oído, y el día -cada día, todos los días- es un "calendario de sonidos". "El palacio es la oreja del rey", nos dice Calvino, cuyo rey habla siempre en segunda persona.Pero esa trama es lo de menos. En cierto modo, el cuento es casi un ensayo sobre el acto de escuchar, aunque esa palabra -"acto"- parece implicar una voluntad impropia, dada justamente la pasividad del oído. La única actividad posible consiste en inventar la historia y el sentido que une un sonido con otro sonido. El cuento, además, es un ensayo sobre la voz, un ensayo que interrumpe el curso escaso de los hechos. Por ejemplo, el rey oye la voz de una mujer que canta. Sobreviene entonces un pasaje que no conviene mutilar: "Esa voz viene seguramente de una persona, única, irrepetible como toda persona, pero una voz no es una persona, es algo suspendido en el aire, separado de la solidez de las cosas. También la voz es única e irrepetible, pero tal vez de un modo diferente del de la persona: podrían, voz y persona, no parecerse. O bien parecerse de un modo secreto, que no se ve a primera vista: la voz podría ser el equivalente de todo lo más...

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