Vidas que cambian de un pestañeo

MARRAKECH.– La plaza Jamaa el Fna es el emblema de la ciudad. Encantadores de serpientes, juglares, bufones. Sospechosos vendedores de dentaduras, sospechosos vendedores de ilusiones. Monos, relojes, lámparas, elefantes de bronce, camellos dorados: cualquier cosa se puede comprar. El regateo es ley. Faquires, músicos, artistas, bohemios, aromas dudosos, alimentos sospechosos. Llueve, hace frío, golpea el viento. De pronto, una pequeña gran revolución a primera hora de la tarde: el plantel de San Lorenzo estira las piernas y se pierde en el interior. A Pipi Romagnoli lo convence una cartera de dama llamativa, a Nico Blandi no le cierra una pulsera de supuesta marca original. El Ciclón, por unas horas, se descontractura: percibe las callejuelas rojizas, las postales autóctonas, las mezquitas y los jardines, en una recorrida matizada con fotografías, risotadas, con la pelota a un lado. San Lorenzo, de pronto, es una formación uniforme de recorrida turística, necesaria para calmar ansiedades y respirar el sonido ambiente real. Su hotel es un palacio emborrachado de oro que disfraza la realidad.

San Lorenzo disfruta el vuelo de sus vidas. Mientras espía a Auckland City, el adversario de pasado mañana por las semifinales del Mundial de Clubes, vive de emociones. Lo susurran todos. Lo describen todos. Como Julio Buffarini. "La Copa Libertadores fue muy importante para el club y para nosotros, ya que todos la ganamos por primera vez. Ahora, estamos detrás de otra ilusión, porque este grupo no se conforma con nada. Es un sueño lo que estoy viviendo. Si bien hace tres años que estoy en el club, me tocó llegar en un momento complicado. Y haber conseguido todo lo que conseguí a este momento es una alegría muy grande, un premio al sacrificio. Tengo algunos compañeros que también vienen del ascenso y siempre charlamos de esas cosas, de cómo nos cambió la vida tan rápido. Hay que disfrutarlo", describe el defensor una realidad extensiva: casi todos tienen las suelas gastadas, conocen el polvo, vienen desde el sótano del fútbol. Hombres del ascenso de ayer, que caminan Marruecos y vuelan por los aires hoy.

Buffarini jugaba en Talleres. Actuaba en Ferro. Y está en un Mundial. "Tiene un sabor especial esto, sobre todo si recordás los momentos malos que viví en distintos lugares. Hoy jugar el campeonato más importante del mundo es un premio al esfuerzo", sugiere. En el viaje de sus vidas andan casi todos. Como Pichi Mercier. Hay que recordar paso a paso su...

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