Una trasnochada partida de canasta

Dedicarse a las letras suponía una apuesta, y mamá detestaba perder

A mi madre le gustaba jugar a la canasta. Los naipes estaban en una preciosa caja de madera que sacaba de un armario, después de comer, para someternos a su otra pasión: ganar. Su entusiasmo por este juego de cartas, pariente del Rummy y de origen uruguayo, era proporcional a su insolente incapacidad para aceptar la derrota. Aborrecía perder.

Recuerdo apenas las reglas, pero sé que era posible llevarse todo el pozo y dejar a los demás pagando. Mi madre adoraba esos pequeños triunfos con la misma intensidad con que se indignaba cuando alguno de sus competidores se alzaba con el premio mayor. Nunca me gustó jugar a las cartas, pero como mamá depositaba en este rito de trasnoche tanta energía y dicha, le decía que sí, dale, juguemos.

Aprendí con ella a mezclar, barajar y dar las cartas como un profesional, y aprendí asimismo que lo importante no era jugar. Lo importante era ganar. No quiero decir, por favor, que esto sea ético, positivo, aconsejable o de alguna otra forma edificante. Todo lo contrario. Pero así era mamá; la persona más políticamente incorrecta que conocí en mi vida. Y la más competitiva. Han pasado cerca de 50 años, y sus cóleras cuando me alzaba con el pozo (o como se llame, se me han borrado los detalles) todavía están presentes en mi memoria; como si el juego hubiera ocurrido anoche mismo. Mamá murió muy joven, hace más de 20 años.

Había tenido una vida dura. No viene al caso por qué; tal vez en otra ocasión. Solo diré que a su personalidad avasalladora y su carácter tormentoso se le habían opuesto fuerzas que solo décadas de lucha social iban a empezar a contrarrestar; y todavía hoy (mamá habría cumplido 88 años en junio) la discriminación contra la mujer sigue vigente, como un delirio que solo la fiebre o la mera locura podrían explicar.

Sentía que los prejuicios le habían quitado todo, y que se lo habían quitado de entrada. Como muchas mujeres de su generación (y de miles de generaciones antes) vivió herida sin saber que estaba herida. Así que, quizá también sin advertirlo, le constaba que había pagado completa su cuota de derrotas.

Esos juegos de...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR