Los sefardíes: una cultura del exilio

AutorPaloma Díaz Mas
CargoCatedrática de literatura española y sefardí en la Universidad del País Vasco en Vitoria
Páginas275-296
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* CSIC
Publicado en dos partes por el Boletín de la Fundación Juan March de Madrid
en noviembre y diciembre de 2002.
I. La formación del mundo sefardí
Llamamos sefardíes a los judíos descendientes de los expulsa-
dos de la Península Ibérica a finales de la Edad Media.
El proceso de creación y consolidación del mundo sefardí fue
largo y complejo: empieza ya a finales del siglo XIV, cuando la olea-
da de asaltos a juderías y matanzas de 1391 –y las subsiguientes con-
versiones forzadas— impulsaron al exilio a un número impreciso de
judíos, que se refugiaron mayoritariamente en las comunidades del
Norte de África.
La expulsión de los judíos de Castilla y Aragón en 1492 arro-
jó fuera de estos reinos a un contingente de cerca de cien mil ju-
díos, que fueron a asentarse en algunos lugares de Europa (Italia, el
sur de Francia o Portugal), en el reino de Marruecos, o en las tierras
del Mediterráneo Oriental que pertenecían al entonces pujante y
extenso imperio otomano. En 1497 se les expulsa de Navarra.
También en 1497 se decreta la expulsión de los judíos de Por-
tugal, que al final se concretó en una masiva conversión forzada.
Muchos de los convertidos (cristianos nuevos) mantuvieron a es-
condidas la práctica de la religión de sus mayores, cosa que se vio
favorecida por el hecho de que no existiese Inquisición en Portugal
hasta mediados del siglo XVI.
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Paloma Díaz-Mas*
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Estos conversos criptojudíos (despectivamente llamados ma-
rranos) fueron, a su vez, el germen de comunidades sefarditas en
los Países Bajos, en Inglaterra, en Hamburgo, en ciudades italianas
como Ferrara o Ancona, o en las colonias portuguesas de América;
a lo largo de los siglos XVI y XVII, muchos cristianos nuevos vol-
vieron al judaísmo y se integraron en las comunidades sefarditas de
Marruecos o del Oriente Mediterráneo.
Con frecuencia el proceso de emigración fue complejo y du-
ró años o incluso generaciones, y no sólo por las condiciones en
que se hacían los viajes en aquella época, sino porque era frecuen-
te que un individuo o una familia itinerase de un país a otro hasta
asentarse definitivamente. Un ejemplo bien conocido es el de la fa-
milia de Gracia Nasí, una rica y poderosa dama nacida en Portu-
gal de una familia de origen castellano, que, viuda de su esposo
Diogo Mendes, estableció negocios en Amberes y emigró poste-
riormente con su familia a Ferrara y luego a Venecia, para acabar
viviendo definitivamente en Estambul, donde su sobrino Juan Mi-
cas hizo carrera como hombre de confianza del sultán. Se trata de
una familia excepcional, por su alto origen social y económico,
pero ejemplifica muy bien una itinerancia que duró a veces varias
generaciones.
Cuando hablamos de cultura sefardí solemos distinguir tres
grandes bloques geográficos: los sefardíes del Norte de África; los
orientales, asentados en las tierras del Mediterráneo Oriental que
pertenecieron al imperio otomano; y los sefardíes occidentales, es
decir, los que se asentaron en países de la Europa occidental. La
evolución histórica y cultural de cada uno de estos tres grupos fue
muy distinta. Mientras que hasta el mismo siglo XX los sefardíes
del Norte de África (singularmente los de Marruecos) y de Oriente
conservaron el uso de la lengua española y algunos rasgos cultura-
les hispánicos, los de países europeos (Francia, los Países Bajos,
Italia, Inglaterra) se integraron en sus sociedades de acogida y ya en
el siglo XVIII no hablaban español, aunque siguieron manteniendo
algunos rasgos culturales específicos, como la liturgia de rito sefardí.
Desde la segunda mitad del siglo XIX (y, sobre todo, en las
primeras décadas del XX) se produce una segunda diáspora –cuyas

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