La revolución libertadora de Cristina

"El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos." La famosa cita de Gramsci ilustra nuestra morosa y traumática mutación de un régimen político a otro, y también las criaturas abominables que empolla actualmente el fanatismo recargado. Acaso la peor tragedia de nuestros tiempos no se encuentre en la megacorrupción, ni en la cultura vertical de la dádiva y la prebenda, sino en la firme decisión que ha tomado el cristinismo: alejarse de la democracia republicana en el poder y conspirar contra ella en el llano. Hay tres conceptos íntimos que esta secta múltiple y ruidosa no puede confesar en público: la venalidad no es grave cuando quien "recauda" lo hace para la felicidad del pueblo, la República es una aspiración reaccionaria y la alternancia un estupidez burguesa (sólo debe gobernar eternamente el partido emancipador), y la militancia está obligada a trabajar día y noche para que el actual gobierno caiga lo antes posible. Hay también tres conceptos fundamentales que la mismísima Cristina Kirchner no puede pronunciar: repudio las pedradas y las amenazas de muerte, rechazo la idea de que estamos en presencia de una "dictadura" (como cantan mis acólitos) y a pesar de que me disgustan las políticas oficiales estoy dispuesta a sostener hasta el último día de su mandato la gestión del presidente constitucional de mi país. Su sonoro silencio, con respecto a estos tres puntos, es un implícito mensaje de agitación hacia su tropa y una confesión táctica de su ánimo destituyente. Cuando un partido no puede desmentir hechos tan básicos y cuando, desde lo operativo hasta lo simbólico, adopta a Quebracho como fuerza de choque, todo se vuelve de pronto cristalino y escalofriante.

El relato elaborado por la Pasionaria del Calafate consiste en presentar al turno de Cambiemos como carente de legitimidad real, reencarnación del régimen de facto y descendiente de la derecha sangrienta que viene a hambrear a los pobres: el votante es un imbécil que votó contra sí mismo (debemos reeducarlo) y frente a semejante amenaza a la Patria, no queda más que resistirse por todos los medios. La realidad es un tanto indócil a este cuento: el Gobierno fue votado por la mayoría y por lo tanto es legal, y un grupo cada vez más radicalizado está intentando desestabilizarlo con el objetivo manifiesto de que se derrumbe antes de que la líder vaya presa. Cristina encarna por fin la revolución, que es libertadora. Libertadora de sí...

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