Por qué fue el mejor

Estaba en la Patagonia, divertido, con el grupo de siempre. La conversación con acento cordobés, caña en mano, ese día no salía nada, misteriosamente. David compartía pasiones: raquetas, autos, velocidad, adrenalina y pesca. En eso andaba cuando una llamada oficial lo tomó por sorpresa: debe tomarse un avión de inmediato. Si quiere, claro. Desfachatado, irreverente, no lo tomó muy en cuenta. Era el viejo Masters Cup, el grupo de los ocho mejores del mundo, noviembre de 2005. "Vas como suplente", le indicaron. Shanghai, la verdad, queda del otro lado del mundo. Otro idioma, otro continente, el horario del revés. Para qué. El paraíso es este: el lago en el sur argentino, la charla con camaradas. Placeres y tentaciones de final de temporada. Se decide. Lo convencen, se convence. Vuela, al fin, y llega dos días después. A Andy Roddick lo sorprende un repentino dolor de espaldas: el Rey David, de pronto, cae en la cancha. Diez días sin apretar una raqueta, diez días sin sudor, ese sudor en la frente que borra de un plumazo bajo el sol ardiente en tantas batallas que ya es su marca de serie. No es el caso: el paraíso asiático es bajo techo.No se sabe cómo, no se sabe por qué, el Rey está en la final contra el Gran Roger. Cuando Federer apenas escribía el prólogo de su leyenda. Pierde el primero, ahí nomás. Pierde el segundo, ahí no más. Gana el tercero y el cuarto con soberbia y sutilezas. La final es emocionante y el final, épico: 6-7 (4-7), 6-7 (11-13), 6-2, 6-1 y 7-6 (7-3). La perfección se escribe con tenis.Apenas un ejemplo, apenas un título, de los 11 (más 13 finales) que exhibió en una trayectoria tan compleja como maravillosa: David es así, un atorrante de la magia. Un desfachatado, enemigo del cerrojo de la disciplina. Un...

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