Palabras y silencios que son garrotes

El problema es semántico. Antes que la acción y que las leyes, están las palabras. Hay lenguajes de persuasión y de apaciguamiento, y hay también lenguajes de guerra y de miedo.En la Argentina, hace años, naturalizamos la comunicación agresiva en la política, en los medios y hasta en las relaciones interpersonales. Nadie se priva de la barbarie verbal o escrita. Coléricos o cínicos, sacudimos prestigios o desconfiamos de la honestidad del vecino sin mayores fundamentos.Pero como sucedió con la violencia política de los años 70, el Estado argentino, por acción y omisión, también lleva sobre sus espaldas la responsabilidad mayor sobre el tema que nos obsesiona en estos días: la "ola" (..) de persecuciones y golpizas emprendidas por vecinos contra ladrones reales y supuestos. Desde hace casi 11 años los sucesivos gobiernos kirchneristas hablan sólo de la oprobiosa represión estatal que tuvo lugar hace más de tres décadas. Paralelamente han tenido un complejo o una inhibición manifiestas para abordar los temas crecientes de la delincuencia común, que ya produjo tantas o más víctimas que las que algunas organizaciones de derechos humanos atribuyen al terrorismo de Estado. Lo asumen como un asunto "de la derecha", como si el delito distinguiera en ideologías a la hora de atacar. Entonces miran para otro lado o ningunean el tema. No está en su agenda. "Es responsabilidad de las provincias", se desentendió el jueves, frente a los diputados.Lo que no se dice también constituye una forma de violencia no verbal. Frente a la estridencia de tanta sandez, lo no dicho, el silencio, puede ser más dañino, incluso, que la palabra bestial que en el momento menos pensado soltamos o nos zampan. Para algunos significa desamparo; para otros, piedra libre para hacer justicia por mano propia.Como otra forma de expresión de la inútil guerra de bandos entre K y anti K, subyace la aún más estéril discusión entre garantistas y defensores de la mano dura. El Gobierno estigmatiza a ciertos sectores sociales a los que suele culpar de todas las desgracias nacionales al tiempo que exhibe artificios meramente verbales de defensa de las clases más desposeídas. Al final cae en sus propias lógicas tramposas: según su razonamiento hay delitos por culpa del neoliberalismo que multiplicó la cantidad de pobres (¿pero no era que la "década ganada" había revertido esos males a partir de 2003?).Escandalosa mirada elitista: los pobres son ladrones porque no tienen salida. Gran injusticia...

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