Las miradas ya están puestas en la nueva edición

¿Metallica? ¿The Strokes? ¿The Weeknd? La gran figura del cuarto Lollapalooza argentino no es ninguno de los nombres que encabezaron el line up, sino el festival mismo. En poco tiempo el público -que este año agotó las 100.000 entradas disponibles por día- absorbió la propuesta, que es parte del ADN que llega sin escalas desde su casa matriz: lo que importa es Lollapalooza y no tanto las bandas que ocasionalmente se sumen a su encuentro.

Cuando el año pasado se pusieron en venta los tickets para el festival, el 60 por ciento disponible se agotó sin que se supieran los nombres que acudirían a la cita en el Hipódromo de San Isidro. Como ya es costumbre, la danza de trascendidos comenzó casi en forma paralela a la venta de entradas y el juego terminó no bien se oficializaron los convocados. Las comparaciones con las grillas de años anteriores no son más que un juego en el que participan los periodistas especializados y el público que más horas de vuelo acumula. Los millennials, que son los actuales "dueños" del encuentro, se mantienen al margen de esas conversaciones. Para ellos el Lolla es una fiesta a la que hay que ir y las bandas, solistas y DJ que pueblan los cuatro escenarios son la música que se adherirá a los recuerdos con amigos, novios, familiares.

Pero si hay algo que se mantiene intacto en esa especie de parque de diversiones que es un gran festival de música y entretenimiento es la suerte del artista. Los que suben a escena saben que cuentan con 45 minutos, una hora, hora y cuarto o noventa minutos para desplegar su arte. Y si a unos pocos les alcanza sólo con canciones, a otros se los aplaude por la...

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