Mejor no pensar en ciertas cosas

-Mami, ¿estás en casa?

-Sí, ¿pasó algo?

-¡Me robaron la mochila!

-No... ¿Y qué llevabas?

-¡Toda mi vida!

Eran las ocho de la mañana y una de mis hijas volvía al trabajo después de sus vacaciones. Pedaleaba en su bici cuando escuchó que una moto que circulaba detrás de ella por la ciclovía aceleraba. Enseguida sintió un fuerte tirón y observó cómo su mochila volaba impulsada por el zarpazo del "motoquero", que en menos de un suspiro desapareció por una calle lateral llevándose sus llaves, teléfono, billetera, documento, carnet de conducir, cuentas por pagar, tarjeta de crédito, del servicio médico, del club y las consabidas fotitos familiares "sin valor comercial" para nadie que no sea su dueño...

Después de repasar las alternativas del incidente, su padre, inmutable, le agradeció al cielo por teléfono que no hubiera salido lastimada. Si el amigo de lo ajeno no hubiese estado tan bien entrenado o hubiera sido menos diestro, en este momento no estaría escribiendo estas líneas.

Ayer fue el robo. La semana última, un dolor agudo en el estómago de la hermana mayor. Cualquier día, la fiebre de la nieta más chica. O un golpe en la colonia del nieto grande. O el viaje que vuelve a postergar la hermana menor. Ser madre y abuela es siempre vivir con medio cuerpo en el lado oscuro de la realidad.

A veces se siente nostalgia por esas épocas de juventud en las que imperan la audacia y la inconsciencia. La adrenalina que fluye por una alocada confianza en las propias fuerzas y en la suerte, como si nada pudiera pasarnos, y la muerte o la enfermedad sólo amenazaran a otros, a los demás.

Pero todo eso termina cuando nos convertimos en padres. En los primeros meses, no les quitamos los ojos de encima a nuestros vástagos. Un esbozo de gesto puede ponernos en guardia; un sonido inesperado nos hace saltar de la cama y recorrer los metros que nos separan de sus cunas para cerciorarnos de que todo esté en orden.

Más tarde, cuando ya caminan, se nos acelera el corazón si en algún momento se alejan de donde podemos verlos. Ya el mundo es un cúmulo de acechanzas: los enchufes, la plancha, los cajones, el balcón, la hamaca, cuyo balanceo puede terminar en el hospital por un cuello torcido a raíz de...

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