Juicio a los ladrones del tiempo ajeno

Había llegado a una entrevista a las 10 impecable. Peinada y vestida para la ocasión. A las 10.30 disparó un mail –si disparó, como a tantísimos hombres y mujeres que se dicen ocupados les place decir– y confesó. "A los 40 minutos me vuelvo loca. No me gusta esperar." Fue la última comunicación por lo que me resulta imposible relatar ahora el estado emocional de la disparadora electrónica.

El ejemplo no es más que una muestra de lo que sucede a diario. Los secuestradores de tiempos ajenos se han impuesto en el mundo corporativo. Están insoportablemente presentes en todo el día laboral. "Es un problema enorme –dice el Gurú de la cortada de la calle Estomba–. Hace tiempo se podía identificar a jefes ladrones de tiempos ajenos. Muchas veces hacían esperar para demostrar poder. Pero ahora, hay cacos electrónicos, como el mail o el celular."

La gimnasia de la vida de las empresas ha generado incontables vericuetos para robar el tiempo. De hecho, si se pudiera medir el neto de tareas –por favor, jamás lo hagan con este columnista– el promedio estará muy por debajo de lo que la mayoría cree.

Manuel Jesús González García es español y ha escrito una veintena de títulos sobre el desarrollo directivo. En Gestión eficaz del tiempo, hace un aparte en los ladrones de tiempo. "A la hora de realizar una tarea –dice–, hay muchos aspectos que pueden suponer pérdida de tiempo." Luego establece dos subcategorías: el que se pierde para atenderlos y el que se necesita después para poder retomar la tarea anterior.

Cierta vez, contaba un joven ejecutivo de una empresa energética, uno de sus jefes lo convocó un sábado a una reunión de urgencia a las 9. No hubo manera de disuadir al secuestrador de tiempo con explicaciones atendibles: ese día era la...

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