Jugar y vivir a la deriva

La política es muy dinámica. Suele cambiar, para que nada cambie. Suele transformarse, para que la historia se repita. Otras caras, la misma moraleja. El deporte, el fútbol, en realidad, tiene demasiado de ese circo peligroso. El grotesco de que un plantel -en este caso, léase Quilmes- sea custodiado por la policía provincial por temor a ataques de hinchas que dicen defender el mismo sentimiento parece propio de una película de humor negro. Más aún, si el presidente de esa popular entidad es uno de los dirigentes con mayor ascendencia en la AFA. O que el vicepresidente es el jefe de Gabinete del gobierno nacional. Queda la sensación, entonces, de que la "sensación de inseguridad" no sólo es una sensación. Y no es un juego de palabras. Lamentablemente, no lo es.Quilmes no puede ganar. Seguro, debe intentarlo, pero no puede. No se trata de que no quiera: sus adversarios jugaron mejor o, en todo caso, igualaron fuerzas. Los hinchas (¿violentos con identidad propia o anónimos de una sociedad enferma?) entienden que la mejor manera de provocar una reacción es atacarlos, violentarlos, intimidarlos. Provocarles inseguridad. No sólo son violentos: son incapaces de entender que atentan contra su propio interés.Pero ése, en realidad, no es el problema principal. Lo doloroso es que este grupo de individuos -como los hay en todos los equipos de nuestro herido fútbol, aun en las ligas regionales- actúa con la complicidad dirigencial y...

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