John Banville: lecciones secretas de un maestro

"Una cosa es el poema y otra cosa es el poeta." Eso decía Arnaldo Calveyra, un poeta en quien esa distancia parecía adelgazarse hasta la inexistencia, aunque "parecía" es aquí la palabra clave: sólo parecía, y algo quedó siempre de todos modos en sombras. Lo que hace que quien escribe escriba lo que escribe permanece inaccesible al lector, pero sin eso que se desconoce esa escritura no sería la que es y en la que encontramos algo característico. No es solamente aquello que quien escribe "sea" (eso puede ser inaccesible también al propio escritor) sino el modo en que organiza una constelación de lecturas, de contemplaciones, de audiciones. No hay dos artistas que compartan los elementos completos de una constelación y además, si entre el número indefinido de posibilidades existiera esa coincidencia, tampoco los organizarían con una estrategia idéntica.

Hace pocos días, con la excusa anual de la Feria del Libro, estuvo en Buenos Aires John Banville. Una ocasión periodística me permitió hablar un rato con él. Esas ocasiones participan de un mutuo envaramiento: el del trabajo, por un lado, y el de la obligación, por el otro, de improvisar algo que después merezca ser leído. La cosa transcurrió mucho mejor de lo esperado. Pero por un encadenamiento de casualidades y deliberaciones, volví a reunirme dos días después con Banville, ya sin obligaciones periodísticas ni de promoción.

La cita fue propuesta por el propio Banville y llegamos a verlo con un amigo, el galerista Jorge Mara, experto desde siempre en sus novelas, y en las de Benjamin Black. No se pudo arreglar una comida (habían concluido para el escritor las obligaciones con la prensa, pero seguían las sociales). Un trago resultó una opción posible.

Banville llegó al bar con Janet, su mujer, tan simpática como él y aun menos reservada. La conversación empezó a moverse como un tren que arranca, primero de manera aparentemente trabajosa, pero por fin veloz. A Banville mismo lo sorprendía las cadenas de casualidades que nos habían reunido allí, sin plan ni temario: "¿Cuánta gente vive en Buenos Aires? ¿Cuántos millones? ¿Cómo puede ser que nos hayamos encontrado?" Salvo por la mención de Samuel Beckett, casi no se habló de literatura y, en cambio, bastante, muchísimo, de pintura (de pintura italiana, especialmente, pero también de Francis Bacon), de Irlanda, y no menos de...

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