La isla del paraíso

Barclays conoció la isla de Key Biscayne cuando tenía veinte años y se enamoró inmediatamente de ella. Quedó hechizado por al aire puro, la luz diáfana, la mansedumbre del mar, el sosiego de sus días, el buen humor de sus vecinos.

-Aquí vive gente feliz -pensó-. Aquí voy a ser feliz -se dijo a sí mismo-. Aquí merezco vivir.

No se equivocó: ha vivido en esa isla los últimos veinticinco años y, en promedio, ha sido bastante feliz, contagiado del espíritu tranquilo y risueño de sus habitantes.

Es una isla donde nunca hubo una guerra, nunca una revuelta sangrienta, nunca una guillotina decapitando a los caídos en desgracia, nunca un golpe de Estado o un cuartel militar; una isla donde nunca hubo huelgas, algaradas ni protestas callejeras, nunca piqueteros bloqueando las calles, nunca escraches, nunca matones copando el espacio público; una isla donde la gente no hace alarde de su fama sino disimula su fama, donde la gente va en pijama al supermercado, donde ningún charlatán o demagogo le quitará al rico lo que es suyo para dárselo a los pobres; una isla donde casi nadie sabe quién es el alcalde porque resulta irrelevante para la felicidad de sus habitantes; una isla, en suma, a la que ha llegado alguna gente optimista y emprendedora, huyendo de sus países bárbaros, buscando la vida tranquila y predecible del imperio de la ley y el respeto sagrado a la propiedad privada, y ahora se siente privilegiada porque acaso considera que ha arribado al paraíso, a la isla soñada donde las cosas funcionan y la felicidad es posible y no depende de los políticos ni de los curas.

En los veinticinco años que lleva viviendo en esa isla paradisíaca, al comienzo en apartamentos, luego en casas, Barclays no recuerda que haya ocurrido nunca un asalto a un banco (y hay por lo menos seis agencias bancarias), ni un secuestro (y hay muchos magnates en mansiones de diez, veinte, treinta millones de dólares), ni un robo a mano armada en una casa, ni una balacera de narcos, ni un asesinato a sangre fría en las calles o en un comercio local. Lo peor que sucede en la isla es que a veces hay un choque o un atropello a un ciclista, esto ocurre ahora más a menudo porque no pocos conductores de autos van mirando sus celulares al mismo tiempo que manejan y, por desgracia, terminan arrollando a un ciclista, un patinador, un peatón. También ocurre cada tanto que alguien se suicida o muere por sobredosis de algún opioide; que los yates y las lanchas que se acercan a las costas de la...

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