Invasión de caras duras

Sale Colón y entran Juana Azurduy y Perón. No es un partido de fútbol en el que unos jugadores reemplazan a otros. Pero se le parece, especialmente por las patadas que se pegan los contendientes. El monumento al ex presidente será emplazado en octubre, en la avenida Paseo Colón, no muy lejos de donde yace todavía diseccionada, por capricho presidencial, la estatua del descubridor de América, al que, por influencia de Hugo Chávez, el kirchnerismo desmoronó de facto. La puja por desalojarlo de su enclave histórico, para poner en su lugar otro nada menos que de nueve metros, de la heroína de la independencia, obsequiado por Bolivia, no ha logrado consumarse todavía.

Los gobiernos nacional y porteño, tan distanciados para algunas cosas, se pusieron de acuerdo rápido para convertir al gran navegante genovés en gran aviador, si se toma en cuenta el nuevo destino previsto (frente al Aeroparque).

Pero eso no parece tan fácil: la comunidad italiana, que regaló ese monumento, y principal defensora de que Colón vuelva a pararse en el lugar donde lo estuvo durante casi un siglo, ya presentó un recurso extraordinario para que sea la mismísima Corte Suprema de Justicia la que impida tal mudanza.

Igual, la sensación es que un día nos despertaremos y Colón estará otra vez erguido, pero mirando fijo decolajes y aterrizajes.

No sería mala idea, como en algún momento sugirió Jorge Lanata, que sus piezas desperdigadas, permanecieran dispuestas de esa manera para siempre, cual ruinas arqueológicas, como un testimonio para la posteridad del poder de daño del que es capaz el kirchnerismo cada vez que se lo propone.

No hay medio de comunicación más eficiente entre generaciones lejanas en el tiempo que los testimonios en piedra o bronce. Pero entre nosotros se pretende perdurar más modestamente sumando estatuas precarias y perecederas. Desde hace un tiempo, la principal ciudad de la Argentina está asediada por un extraño virus: siendo una de las urbes con más bellos monumentos del mundo, su bien ganado prestigio en esas lides empieza a ser corroído por la propagación imparable de muñecos colorinches (no merecen llamarse estatuas) que pretenden rendir homenaje a figuras populares del espectáculo, el deporte y otras disciplinas. Ya son más de treinta y están hechas de resina epoxi. El papa Francisco, al menos, hizo una piadosa contribución al mandar a retirar la réplica de su figura que se había puesto en el jardín de la Catedral.

Como en la Antigua Grecia y en el...

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