La hora del té

Me despierto. Apoyo mis pies en el piso, suavemente, camino hasta el baño con sumo cuidado para ir de aguas. Cada paso es un silencio, como si mi peso no existiera, difícil de lograr con mi cuerpo abultado y extenso. Esta mañana mi andar es tímido, contiene una pureza que perdí hace mucho tiempo.

Estoy solo, pero recuerdo, de muy joven, a una amiga que aprendió a zambullirse en los lagos sin hacer ruido alguno. Era una técnica que había logrado en la niñez con un nativo, practicando centenares de veces desde las piedras escarpadas hacia el agua azul. Helada. Así, pescaba percas, originarias de nuestros lagos andinos, que fueron sometidas hasta la extinción por las truchas, sembradas desde avionetas en los años veinte. Lo hacía con una lanza de colihue muy afilada, sorprendiéndolas con la velocidad de una flecha. Medía la profundidad y se lanzaba heroicamente, casi siempre salía a flote con su presa. Era flaca y erguida, sus labios azulados y carnosos por el frío y por los besos que yo le daba a la sombra de un añoso maitén.

Bajo las escaleras de madera agarrándome de las paredes, no hay luz, aunque sí una luna llena persistente que me tuvo en vela con su luz fosforecente, pintando un halo de magia sobre el bosque intacto. Ayer, caminando con Heloisa por un sendero abrazamos un árbol viejo. Ella me dijo: "Papá, este árbol tiene las manos muy limpias". Cada vez que pasamos al lado de él, me recuerda abrazarlo. Cómo quisiera que cuando yo ya no esté ella continúe con este pequeño rito. Este árbol que compartimos una y otra vez en el silencio del viento, con el frío helado de la Patagonia.

Tengo cuarenta invitados a tomar el té, serviré un lapsang souchong de triple ahumado, que se lleva bien con los sándwiches calientes hojaldrados de jamón y queso Lincoln y también con los dulces. De niño, en mi casa, era un ritual la hora del té, que se servía con unas enormes teteras (dos); tenían fundas de lana tejidas por mi abuela Chucha con forma y cabeza de gallina para mantenerlas abrigadas. La mesa se ponía con cuidado, no faltaban los tenedores de torta ni las...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR