Guerra de zapatillas en la ciudad de los Dassler

HERZOGENAURACH.- Cuando dicen que se sienten como hermanos, los jugadores de la selección deberían aclarar: "Como hermanos que se aman", porque aquí, en la misma adorable ciudad de 24.000 habitantes en la que viven entre partido y partido, se produjo una de las más resonantes peleas entre hermanos del siglo XX, cuyos ecos todavía se oyen de vez en cuando.

La bella y pacífica Herzogenaurach no tiene un casco medieval sólo por tenerlo, sino porque es auténticamente medieval, y ya en aquella remota era sus artesanos se especializaban en la fabricación de calzado. Es decir: desde que el mundo es mundo, Herzogenaurach ha estado dedicada a hacer zapatos.

(Antes de seguir adelante, y ante el peligro de que algún lector sufra un esguince de lengua al tratar de pronunciar la palabra "Herzogenaurach", aclararemos su sentido. En alemán, "Herzog" es "duque" o, en el peor de los casos, "ducado". Y "Aurach", vaya a saber por qué, es el nombre del río de Herzogenaurach. El acento debe ponerse en la primera de las dos "a", y junto con el acento ahí se puede hacer también una pausa.)

En este lugar de la Franconia nació, en 1898, un niñito llamado Rudolf Dassler, hijo de un obrero y una lavandera. Dos años después llegó al mundo su peor pesadilla: una criatura regordeta y rubia llamada Adolf. Era su hermano. Por esas cosas de la vida, ambos se dedicaron al mismo oficio, que no podía ser otro que el de fabricar calzado. Calzado deportivo, para ser más exactos.

En esa época, los futbolistas se ponían para jugar lo único que había: unos zapatones de loneta y goma que cuando estaban secos pesaban medio kilo y cuando se mojaban no se podían levantar del piso. Adolf y Rudolf Dassler solucionaron el problema con un rapto de creatividad: inventaron las zapatillas de cuero.

La primera marca de esas zapatillas fue Ge-Da (Gebrüder Dassler, o sea Hermanos Dassler). Tuvieron mucho éxito desde el principio. En 1928 se produjeron ocho mil pares y causaron sensación en los Juegos Olímpicos de Amsterdam. En 1929 comenzaron a exportarse a Hungría, Austria y Suiza. En 1930, la producción llegó a 29.000 pares. Ya había variantes para diversas especialidades: tenis, fútbol y hockey. Por supuesto, a ninguna persona normal se le ocurría por entonces ponerse zapatillas si no era un profesional del deporte. Eso no entraba en la cabeza de nadie.

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El problema que desencadenó la división de la fábrica llegó con la guerra. Una versión, que suena ingenua, dice que durante un...

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