Del fracaso al éxito hay un gol de Messi

Del oprobio a la gloria hay un solo paso. O un gol de Messi. O tres. El martes, cuando el ecuatoriano Romario Ibarra la embocó antes del minuto de juego, recordé la Copa América que Chile nos arrebató el año pasado. Tras marrar su disparo en la definición por penales, en medio de un coro de ingratos que lo acusaba de pecho frío, Messi anunció que dejaba el seleccionado. ¿Acaso estuvimos a punto de revivir esa historia? Bien podía ser el caso: había que ganar en Quito para entrar al Mundial y el morocho atrevido convierte cuando estábamos trayendo la picada a la mesa. Lo que debía ser una fiesta viraba a velorio antes de empezar. Los diarios amanecerían con titulos catástrofe y otra vez el chivo expiatorio sería aquella encarnación de la genialidad argentina con el diez en la espalda, que debía conducirnos al triunfo. Ya se decía incluso que un resultado adverso podía representar el último partido del crack en la selección. ¿Cómo lo habríamos despedido? No con palabras bonitas, seguramente.

El oprobio pareció cerca, al menos en los primeros minutos. Pero Messi se iluminó y fue la gloria. Algo así como el espejo de lo que pasó el año pasado tras la derrota ante Chile, pero invertido. Los argentinos somos dados a la amnesia y la hipérbole. Héroe, maravilla, genio, milagro: quien en un eventual fracaso hubiera cargado una vez más con el peso de la culpa se erigía, con el triunfo, en un superhombre. Vivíamos una suerte de catarsis a la que era difícil sustraerse, lo admito. Después de todo, un rato antes nos habíamos asomado al abismo. Pero es mucho. Demasiado para un solo hombre.

Lo que me gusta de Messi, además de que la lleva atada, es que fuera de la cancha parece uno más. Se lo endiosa, pero él sigue con su vida. Aun cuando no está jugando se mueve, mira y habla como si estuviera pensando en una pelota. Y está muy bien, porque la pelota es lo suyo. Más allá de su don, es alguien dedicado a su oficio, lo que quizá sea su mayor lección. Allí pone el foco y la perseverancia. Su lugar está en el espacio demarcado por la línea de cal. Dentro de esos límites, marea al adversario y hace delirar a la tribuna. Fuera de ellos, su fama y su riqueza no lo marean, como les ha pasado a tantos grandes ídolos del fútbol.

Messi sabe que del fracaso al éxito hay un paso. Lo vivió. Más difícil es que lo recuerde el hincha, que vive en el puro presente del llanto o la euforia, bajo la tiranía de la emoción. Puedo entenderlo. Todavía me acuerdo de cómo salté en...

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