Feinmann se siente interpelado por Tinelli

Antes la vida era mucho más sencilla: había un Feinmann bueno y un Feinmann malo.

El Feinmann bueno era José Pablo, notable escritor y filósofo inteligente y bonachón. El Feinmann malo era Eduardo, el periodista antipático e insufrible defensor de posturas antediluvianas, humillado en el tenis por Andy Chango y que llegó a la tapa de la revista Noticias como el "facho cool". Pero desde hace unos años, las aguas bajan turbias y viene todo mezclado. Ya no se distingue bien quién es el malo y quién, el bueno.

El Feinmann malo evolucionó a la autoparodia a tal punto que a veces es apenas un inofensivo Miky Vainilla (el personaje de Diego Capusotto), en tanto que el Feinmann bueno tuvo una involución extraña, en paralelo con su cambio de peinado.

Sí, es sorprendente, pero en la medida en que su cabeza por fuera se fue asemejando a la testa de una de esas "Doña Rosa" (recordada invención de Bernardo Neustadt) que tanto asegura odiar, su cabeza por dentro empezó a experimentar extrañas mutaciones. Las mismas, o parecidas al menos, a las sufridas por Orlando Barone. Es como si en vez de haber ido a una misma peluquería hubiesen caído por error en el gabinete del doctor Víctor Frankenstein, quien más que acicalarles las mechas, se habría dedicado con fruición a llegar hasta las profundidades insondables de sus cerebros, en una suerte de trepanación ideológica que los despojó de los valiosos matices que ante solían tener como apreciados referentes de opinión.

Desde hace unos días el (¿ex?) bueno Feinmann está obsesionado con la distinción otorgada por la Legislatura porteña a Marcelo Tinelli como personalidad destacada de la cultura. Es verdad que la decisión fue controvertida y, a la postre, contraproducente porque en un momento de relativa calma para el exitoso conductor y productor, las aguas se le encresparon en contra por el debate que se abrió. Hubo muchos defensores y muchos detractores, pero como sucede con todo, con el paso de los días, las pasiones amainaron hasta desaparecer, salvo que el filósofo Feinmann quedó tildado con el lauro al hijo pródigo de Bolívar.

Enojadísimo por la distinción que la Legislatura le dio al personaje televisivo más exitoso del último cuarto de siglo, este Feinmann anunció la devolución de la suya, a manera de autodesagravio que, al parecer, no sintió necesario cuando le otorgaron idénticos honores a la Tota Santillán, que tampoco es precisamente un embajador de la cultura en el sentido estricto de la palabra.

Lo...

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