Famatina, fantasías de un pueblo escéptico

FAMATINA.? El jueves pasado, mientras los ojos del país observaban con asombro cómo una multitud se reunía en la plaza principal de La Rioja para apoyar http://www.lanacion.com.ar/1441885-polemica-por-la-mineria-en-la-rioja un grupo de policías provinciales avanzaba a paso firme hacia la bandera argentina que marca el corte de ruta en Alto Carrizal, a unos 20 minutos del centro de Famatina y en el camino que lleva hacia la ya célebre mina La Mejicana.Con la caída del sol y la aparición de las primeras brisas, los agentes desanduvieron el camino de carteles y banderas que enarbolan consignas ("el Famatina no se toca", "la sed de oro nos dejará sin agua"). Sus pasos sobre las piedras secas acallaron el susurro del canal que baja a un costado de la ruta. Se detuvieron junto a una manta violeta donde alguien escribió, con trazo rápido y seguro: "Si nos llaman terroristas por defender el agua, ¿cómo se llama a los que toman el poder por asalto y enajenan nuestros recursos en lugar de administrarlos para el beneficio del pueblo?"La atención de los medios nacionales y de varios millones de argentinos estaba concentrada en la manifestación en la capital provincial, adonde en pocas horas llegaron casi 11.000 personas (casi el doble de la población de Famatina). Pero en ese mismo instante, a 270 kilómetros de allí y sin cámaras a la vista, a escasos metros del corte de ruta de la discordia, varios agentes de la policía advirtieron que los líderes de la protesta estaban en la marcha de La Rioja y, con tono y caras de pocos amigos, se presentaron ante los pocos activistas que estaban de guardia en el campamento.Los representantes de la ley doblaban en número a los activistas, estaban armados y parecían mejor comidos y dormidos. El puesto de guardia es una chabola improvisada con un palo y techo de cartón, que a duras penas sirve para escapar de los latigazos del sol. En un rincón cuelga un papel que pide "no perder la calma" si alguien se acerca con intenciones poco claras.Tal vez, por eso mismo, Fabio, un chico de 19 años que apareció desde Córdoba para sumarse a la resistencia, se empeñaba en evitar los forcejeos. Y mientras unos y otros intercambiaban palabras de las que no se enseñan en la escuela, justo cuando parecía que la fuerza de la policía podía imponerse a otras razones igualmente poderosas, allá abajo, en el pueblo, las campanas de la iglesia comenzaron a sonar.La urgencia de las campanasAlguien de la guardia había llamado al cura Omar Quintero, religioso...

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