Extremos pandemiales

AutorNéstor L. Montezanti
Páginas1-8
Montezanti, Extremos pandemiales
1
Extremos pandemiales*
Por Néstor L. Montezanti
1. Introducción
Decía Sarmiento que su adscripción al unitarismo se produjo por la profunda
impresión que sufrió al asistir al paso arrollador de una montonera. Allí nació su fa-
mosa oposición Civilización y Barbarie, tan superficial y falaz y, sin embargo, tan per-
sistente en el tiempo, en un ámbito espiritual muy proclive a lo que un pensador ar-
gentino llamó el espíritu de esquema.
Ignoraba tal vez el sanjuanino por entonces que hubo también montoneras uni-
tarias, incluso asociadas, como las de Baigorria, con indios1. Y que los ejércitos fede-
rales solían exhibir férrea disciplina no sólo en las batallas sino en el avance por terri-
torios enemigos y la ocupación de poblaciones adversarias2.
Esto a un costado, cabe sin embargo comprender y compartir el sentir del san-
juanino, propio por otra parte de cualquier hombre de bien: el horror ante las hordas.
El mismo General San Martín se salvó por los pelos del linchamiento del populacho
desaforado en Cádiz, el que alcanzó en cambio a su jefe, el noble General Solano;
episodio que lo marcó de por vida y que condicionó la evolución de su pensamiento
político3.
El caso es que, tras más de treinta años de luchas civiles, se llegó a un con-
senso profundo en cuanto a la convivencia comunitaria argentina: el libre tránsito entre
las provincias4 y dentro de ellas, la seguridad elemental en las calles y caminos, el
pleno albedrío individual de los habitantes, la propiedad respetada. Ya lo decía Rosas
en 1834: “Es menester primero, que las provincias se constituyan orgánicamente en
su interior y se vinculen entre sí; en una palabra, la unión y la tranquilidad crean el
gobierno general, la desunión lo destruye”5. Y el riguroso gobierno que siguió a estas
ideas, que enseñó a los argentinos a obedecer, en palabras de Alberdi6, remachó la
* Bibliografía recomendada.
1 El General Ángel Vicente Peñaloza, víctima ilustre del terror “pacificador” tras la segunda batalla
de Pavón, y el Coronel Felipe Varela, fueron jefes montoneros unitarios (cfr. Yaben, Jacinto R., Biogra-
fías Argentinas y Sudamericanas, Bs. As., Metrópolis, 1939, t. 4, p. 534 a 536, y t. 5, p. 1014 y 1015).
2 No sólo aquellos Colorados del Monte, que en 1820 azoraron a la población porteña al resta-
blecer el orden en la ciudad, tras el aciago Día de los Tres Gobernadores y los disturbios posteriores,
sin un solo desmán. Sino también las órdenes terminantes dadas por el General Oribe, al penetrar sus
tropas en la provincia de Tucumán (calificada como unitaria) tras el Quebracho Herrado (cfr. Vignale,
Julio C., Oribe. Héroe de la Independen cia Nacional, Prócer de América y Fundador del Par tido Blanco,
Montevideo, 1942, p. 56 a 58).
3 Pasquali, Patricia S., San Martín. La fuerza de la misión y la soledad de la gloria, Bs. As.,
Emecé, 1999, p. 48 y 49.
4 Dato ilustrativo: cuando el General Quiroga viajó al norte a raíz del conflicto entre los goberna-
dores Heredia y Latorre, llevó consigo un pasaporte expedido por el correo (cfr. Causa Criminal seguida
c/los autores y cómplices de los asesinatos perpetrados en Barranca-Yaco… en las personas del
Excmo. Sr. Brigadier General D. Juan Facundo Quiroga, Bs. As., Imprenta del Estado, 1837, p. 283).
5 Carta al General Quiroga, repr. en Vignale, Oribe. Héroe de la Independencia Nacional, p. 246.
6 La República Argentina 37 años después de su Revolución de Mayo, en Obras Selectas, ed.
Joaquín V. González, Bs. As., La Facultad, 1920, t. V.

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