Los expulsados del Danubio

A medida que pasa el tiempo nos vamos acostumbrando a repetir los mismos poemas y los mismos versos, que nos decimos a nosotros mismos en silencio como las oraciones de cada mañana y de cada noche. Por ejemplo, uno de Baudelaire: La musique souvent me prend comme une mer! ("La música me atrapa a veces como un mar"). Por una deformación profesional, que fuerza a subordinar cualquier lectura a los intereses más cercanos, siempre pensé en esos versos como una definición posible de la música -de los efectos que el siglo XIX le atribuía a la música, agreguemos- antes que como una definición del mar mismo, objeto secreto del poema, del que probablemente Baudelaire sabía más que de la música.

El mar es lo que arrebata. El río no. El río es una nervadura mucho más sensible, que, al retorcerse, hace que las cosas aparezcan y desaparezcan sin necesidad de ningún espectáculo. Cuando el cronista Ulrico Schmidl descubrió lo que terminaría llamándose el Paraná lo llamó "agua corriente", y esa simplicidad de lo que solamente corre no menoscababa para nada su grandeza. El mar es pura naturaleza. El río -sus márgenes, lo que la historia hizo crecer en ellos- convierte la naturaleza en cultura.

Claudio Magris le dedicó un libro entero al Danubio, lo sabemos, y, casi al principio de ese ensayo, indicaba que en el viaje convenía tomar notas, conservar entradas a los teatros, los boletos de tren, los diarios locales, y consignar además batallas, palabras escuchadas, metafísicas, epitafios. Pero no me interesa ahora Magris. Me interesa el Danubio, y ni siquiera el río entero sino un recodo, una torsión que mortifica su curso en el kilómetro 1918,3. Se produce allí un vórtice, nada muy peligroso aunque con la fuerza suficiente para expulsar hacia la orilla aquello que el agua venía arrastrando. Tierra adentro, es una zona industrial; en el margen, portuaria.

Alrededor de 1840, quedó encallado allí el cadáver de un ahogado. Nunca se supo quién era. Pero después hubo más. Asesinados, suicidas, accidentados, muchos pescadores: el Danubio no quería esos cuerpos y se libraba de ellos. Con el tiempo, esos cuerpos que el Danubio rechazaba empezaron a ser enterrados en un terreno escaso que muchos llamaron desde entonces "Friedhof der Namenlosen", cementerio de los sin nombres. Entre 1840 y 1900 hubo 478 sepulturas, y hasta 1931...

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