¿Cómo explicar el atroz atentado en La Rambla?

Escribir es conferir orden y trazado al caos. Siempre tuve por buena esta definición del cuentista norteamericano Sherwood Anderson. Tal vez porque entiendo que vivir implica una tarea parecida. El narrador trata de hilvanar causas y efectos para tejer la trama de una historia, y lo mismo hace cualquier persona para dotar de sentido y significado a su vida. Es un trabajo arduo, porque la realidad es un magma confuso que esconde la respuesta a la gran pregunta, esa que tarde o temprano enfrentamos en soledad: ¿para qué? Quizá vivimos para aprender a dar respuesta a esa pregunta, pero no hay garantías. Y nos debatimos en la eterna lucha entre el caos y el orden, entre el sentido y el sinsentido. En esa misma tensión parece pendular el mundo. Puedo ilustrar esto con dos hechos recientes que no guardan relación entre sí, salvo la de reflejar estos dos extremos en disputa permanente, dentro y fuera de nosotros.

La primera es una experiencia de orden y belleza. Hablo del concierto que el lunes de la semana pasada brindó en el Colón el pianista húngaro András Schiff. Tocó sin interrupciones, durante casi dos horas, el primer libro de El clave bien temperado, de Juan Sebastián Bach. Ante un teatro colmado y expectante, Schiff resultó un canal prodigioso para el fluir incesante de la música de Bach, siempre la misma y siempre distinta. Al abandonarme a ella, sentí que se desenvolvía como si manara de una fuente inagotable y hubiera existido desde el principio de los tiempos. Paradójicamente, parecía que se iba creando a medida que la percibíamos, como si invitara a los oyentes a participar de una energía cósmica que jugaba con polifonías sorprendentes. Había en esas piezas, y en el modo en que las interpretaba Schiff, un soplo de absoluto que de pronto iluminó la existencia con una belleza y un sentido que se trasladó de la música a otros órdenes de la vida. Mientras sonaba aquello, todo estaba bien. Por el devoto silencio con que el público siguió el concierto, por las reacciones que sobrevinieron al acorde final, sospecho que no fui el único que experimentó sensaciones de esta clase.

Schiff fue un canal para llegar a Bach. Y Bach, un canal para llegar más allá. Acaso, al lugar de donde brota el sentido.

Todavía duraban las impresiones de ese concierto cuando de pronto, tres días después, irrumpió el sinsentido en una versión brutal. ¿Cómo concebir que un chico de poco más de 20 años lanzara una furgoneta a toda velocidad por La Rambla de Barcelona...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR