Un escandaloso encubrimiento

Cuando Julio Grondona eligió a Maradona como técnico de la selección puso en peligro la mejor obra de su interminable gestión. La Argentina no quedaba en buenas manos. Y el presidente de la AFA asumía un riesgo que lo podía arrastrar. Pero igual tomó la decisión porque una de las alteraciones que provoca acumular tanto poder es el sentimiento de impunidad. Frente a la debacle en Sudáfrica, a Grondona también le correspondieron responsabilidades porque ideó un proyecto incongruente. Igual, esbozó una defensa: "No me tengo que arrepentir porque dejé conforme a la mayoría del pueblo argentino". Mentira. Nadie le pidió que colocara a Maradona en el cargo; sólo con repasar las decenas de encuestas que se hicieron tras la renuncia de Basile se comprobará que el ex crack no aparecía entre las preferencias populares.Hasta el año pasado el seleccionado sufrió entre las erupciones de dos personas refractarias. Aquellos brotes de rencor retornaron por estas horas con virulenta provocación. El mundo asiste impávido ante diferencias públicas que parecen propias de un vecindario de pendencieros, y entre sospechas de trampas y concesiones antirreglamentarias, el fútbol argentino se revuelve en el barro. Maradona y su oscura dialéctica se encargaron de ensuciar a decenas de personas por aquel repechaje ante Australia, en 1993. Y desnudó una protección ilegal, la falta de controles antidoping, que Grondona admitió. Porque, paradojas de estos enemigos viscerales, Grondona amparó varias veces a Maradona. Una postura que lo compromete tanto como los dislates verbales del...

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