Elogio de la clase media

Prejuicios fósiles mantienen el desprecio por la clase media. Se la menciona con cierto pudor, porque no tiene límites claros y se la vincula con los rasgos mezquinos, crueles e insensibles de la burguesía y pequeña burguesía bien descriptos en poderosos textos de la literatura universal. Sin embargo, la realidad no es tan esquemática ni rígida. Ahora sabemos que la clase media no se reduce a sus defectos, porque defectos tienen todos los niveles.

Ya es hora de enaltecer sus virtudes, especialmente las de la clase media argentina, que llegó a ser la más importante y fértil de toda América latina. Nuestro país la desarrolló de forma excepcional. No hay otro donde haya alcanzado tanto desarrollo y gravitación en brevísimo tiempo, sobre un territorio distante y bastante desertificado.

Con la Organización Nacional iniciada en 1853 empezó una corriente inmigratoria que aumentó su caudal hasta convertirse en un impresionante río, que llegó a prender la alarma de quienes suponían que estaban en riego los pilares de la identidad nacional. No estuvo en riesgo la identidad nacional, sino el atraso asociado a reaccionarias tradiciones coloniales. En pocas décadas la mayoría de los inmigrantes que llegaban con una mano adelante y otra atrás aprendieron el idioma, asimilaron costumbres y se integraron de forma intensa y definitiva. Fueron los principales protagonistas del fenómeno que engrosaba esta brumosa nueva clase, que hasta entonces había sido muy delgada. Los recién llegados no traían dinero, sino agobio por el hambre y las persecuciones. Querían aplicarse al trabajo para mejorar su vida. Llegaban a un país donde había comenzado a funcionar una Constitución inclusiva que generaba esperanza. Aumentó y mejoró la demografía del campo y de las ciudades. Como resultado de la buena dirección que había tomado el país, se produjeron novedades que hicieron crujir las viejas estructuras. La Argentina crecía al galope y se iba convirtiendo en un caso que provocaba la curiosidad del mundo.

De una generación a otra, la clase media no sólo acrecentaba su volumen, sino su protagonismo. Tanto en el campo como en las ciudades empezó a consolidar valores que operaron como semillas. Esos valores dieron sustento a tres culturas: la cultura del trabajo, la cultura del esfuerzo y la cultura de la honestidad. Había consenso en que nada llegaba gratis. Ningún derecho se obtenía sin la correlativa obligación. Era posible prosperar, pero sólo mediante la actividad intensa...

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