Disneylandia: el romance tóxico entre los intelectuales y los tiranos

La postal era bizarra. Rodeado de sus dictaduras favoritas, Alberto Fernández concluyó en la cumbre de la Celac -a la que confundió, en la apertura, con la Cumbre de las Américas- que la democracia está en riesgo en la región. Cualquier despistado podría pensar que, sin nombrarlos, hablaba de Maduro, Ortega o Díaz-Canel, pero no. Era justo al revés.

El dardo presidencial estaba dirigido a sus denunciantes, los cambiemitas, "esa derecha recalcitrante y fascista" que impidió la llegada a la Argentina del dictador venezolano, investigado en la Corte Penal Internacional por los crímenes de lesa humanidad perpetrados por el chavismo. La de Alberto parecía una fantasía propia de "Disneylandia", como diría el presidente Luis Lacalle Pou, haciendo referencia a la realidad ilusoria en la que habita el kirchnerismo.

Pero la asociación entre el kirchnerismo y el mundo fantástico de Disneylandia -o de "Disneyworld", parafraseando a Cristina- no solo fue marcada por Lacalle Pou. Fueron el paraguayo Abdo Benítez y, sorpresivamente también, el chileno Gabriel Boric, aliado ideológico del kirchnerismo, quienes, aunque en distintas dosis, pusieron sobre la mesa de la Celac una realidad que el Gobierno se empeña en negar: la violación de los derechos humanos, el encarcelamiento de opositores, la represión de la disidencia, el ahogo de la libertad de expresión; la tiranía, en fin, de los regímenes amigos de Alberto y Cristina. Benítez pidió "no mirar para el costado" cuando siete millones y medio de venezolanos han abandonado sus hogares. El chileno directamente exigió la liberación de los presos políticos en Nicaragua y "elecciones libres" en Venezuela, asumiendo que no las hay.

Palabras que chocan con el atronador silencio de intelectuales y artistas simpatizantes del kirchnerismo , que siguen nutriendo con su apoyo, e incluso con su arte, paraísos ilusorios que solo existen en su imaginación.

Artistas e intelectuales que, incluso, padecieron el exilio del mismo modo que hoy lo padecen millones de venezolanos. Un amor por los tiranos que excede a la Argentina. Pero ¿por qué? El dinero como único argumento parece débil. El filósofo Miguel Wiñazki ofrece otra explicación: "La idea de igualdad puede cegar la realidad de la desigualdad. Hay intelectuales que padecen de intelectualismo o de ideologismo. Se quedan en el concepto, en las ideas, pero desconectados de la información". En efecto, las ideas pueden ser, irónicamente, velos potentes contra realidades...

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