Los demonios de Cristina, en cuerpo y alma

I mpresionante Cristina : sigue ganándose un lugar en la posteridad. La forma en que urdió la división del bloque del Senado para burlarse de un fallo de la Corte y robarle a la oposición un lugar en el Consejo de la Magistratura la hizo saltar de liga: quedó consagrada como la más exquisita embustera que haya conocido el honorable Congreso de la Nación.

Alguno le atribuye la idea a Parrilli , hombre que, en el apuro, suele salir de su casa desprovisto de ideas. La realidad es que todo nació de la cabeza de ella. Fue un momento eureka; uno más, como cuando pensó en Boudou para vicepresidente, en Aníbal Fernández para gobernador de Buenos Aires y en Alberto para empuñar la lapicera. Son arranques de inspiración, una epifanía que le hace ver luz donde antes había oscuridad. Maniobra de alta política, solo empañada por la precipitación: se equivocó en la conformación de los bloques, con lo cual tuvo que hacer un desprolijo intercambio de muñecos, y, más grave, mandó al Consejo a Martín Doñate , que al no tener 8 años de abogado no puede asumir y deberá tomarse el bondi de vuelta; salvo, claro, que una nueva iluminación resuelva el entuerto. Nunca hay que subestimar la capacidad de la señora de escribir torcido sobre renglones derechos.

Aun con esas imperfecciones, la endemoniada treta me sigue pareciendo de enorme calibre: contiene dosis proporcionadas de malicia, desapego de la norma y efectividad. El ardid contiene a Cristina en cuerpo y alma; no necesita firmar sus cuadros para que sean reconocibles. Como le gusta medir el éxito de sus acciones por las víctimas que provocan, en esta ha conseguido cantidad y calidad . En primer lugar, los jueces de la Corte, esos sujetos que tuvieron el tupé de anular la ley sobre la Magistratura que ella había hecho sancionar en 2006, cuyo basamento jurídico era que "el que gana las elecciones pone y saca los jueces"; es decir, si el pueblo te elige, elige también darte impunidad. La Corte se tomó más de 15 años para invalidar ese criterio, y solo lo hizo cuando creyó verla débil. Qué atrevimiento: nunca hay que subestimar la capacidad de reacción de una fiera herida. Segunda víctima, Alberto, que disfrutaba encontrarla en apuros y corrida por los jueces. Cuentan que se enteró de la triquiñuela en el Senado cuando conjugaba sus deberes de padre reciente con sus obligaciones de Estado: se puso a mirar un noticiero mientras le cambiaba los pañales a Francisco; vahos de mal olor por todos lados.

Tercera...

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