Democracia y Justicia

AutorRolando E. Gialdino

El abandono de las propias manos en las de los jueces, para hacer “justicia”, no traduce un mero relevo de los sujetos legitimados para ejecutar una vindicación. Antes bien, el sentido pleno, no desmedrado, de dicho cambio, supone un camino reflexivo y secular acerca del sujeto legitimado para decir qué sea lo justo en un conflicto. “Siempre que hay una discusión –advertía Aristóteles– se recurre al juez, y el ir al juez es ir a la justicia, porque el juez quiere ser algo así como una justicia animada”.

De tal suerte, la lucha del hombre por el juez se emplaza en capítulo obligado de la permanente lucha del hombre por la justicia.

La sociedad temporal sin jueces es poco menos que impensable y seguramente imposible.

Y en dicho trance –lucha y búsqueda afanosas– se desarrollan, fundamentalmente, dos grandes cavilaciones. La primera, toca a las condiciones que debe exhibir un hombre para que sus prójimos, sus gobernados, reconozcan en él a un juez. Atributos pocos y sencillos, pero graves e imprescindibles. La segunda deriva de la preocupación no ya por el juzgador, sino por el acceso a éste. Derecho al juez, acceso a la jurisdicción, tutela judicial, y otros temas análogos, sugieren temas de visita recurrente a los estrados judiciales.

Se trata, por cierto, de cuestiones arquitectónicas del Estado de Derecho, de la apuesta y propuesta que este último encierra en cuanto modo de convivencia social y en cuanto régimen de tutela de la sacralidad del hombre.

El derecho a un proceso justo ocupa un lugar eminente en la sociedad democrática, tiene dicho la Corte Europea de Derechos Humanos. Reconocimiento este que lejos de encontrar satisfacción en elementos jurídicos “teóricos o ilusorios” reclama por los “concretos y efectivos”. Reconocimiento este que abarca desde el mentado derecho de acceso a la jurisdicción hasta las condiciones de independencia, imparcialidad y aptitud que, entre otras, debe exhibir un tribunal de justicia.

En el seno de la sociedad democrática, también resuenan, y con insistencia, problemas definitorios: la discriminación y las exclusiones, la libertad de expresión y de prensa, la “veracidad” de la información, la protección de las fuentes periodísticas, el amparo del honor de las personas. Y también, otros angustiantes, que conmueven en una escala que trasciende toda frontera: los crímenes contra la humanidad, los crímenes de guerra, los genocidios, los “tratos inhumanos y degradantes”.

En (estos temas)…, late...

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