El cosmos es una gran sala de cine

El Espectador permanece quieto en la penumbra. De pronto, dos butacas más allá, un adolescente golpea rítmicamente las palmas contra las rodillas, duplicando el solo de batería de la pantalla. La suspensión de la incredulidad, esa expresión que se acuñó para explicar el voluntario hipnotismo con que nos entregamos a las ficciones, se quiebra. El Espectador, devuelto a sí mismo, tiene un instante en que se pregunta dónde está. Se encuentra viendo Whiplash, una película sobre jazz o, mejor, sobre el entrenamiento en una de sus variantes: la Big Band. Durante el momento de distracción, repara en algo: hacía tiempo que no entraba en una sala de cine y de pronto redescubre el placer de hundirse en esa oscuridad que tiene algo de sueño sagrado y primordial.

No se trata de deplorar el signo de los tiempos, piensa el Espectador, mientras una banda ensaya una y otra vez las complejas métricas irregulares del tema que le da el nombre a la película. Su relación con el cine fue paralela a la aparición del VHS y sus sucesivas metamorfosis, hasta llegar al solitario vicio del streaming. Fue de hecho gracias a esa apertura industrial y democrática que pudo ver muchos de los films que prefiere. Tabú, por ejemplo, esa obra tahitiana de Murnau que se encuentra en el límite entre el mudo y el sonoro; o La bella mentirosa, de Jacques Rivette; o Satantango, de Bela Tarr?

En la pantalla, el profesor y director de la Big Band insulta a uno de los alumnos, y el chico de al lado se remueve incómodo, tal vez recordando dosis de exigencia y sadismo similares. El Espectador se da cuenta de que están en uno de los pocos cines porteños que conservan algo del carácter de otras épocas, en uno de aquellos "palacios plebeyos" que Edgardo Cozarinsky describió de manera inigualable en uno de sus libros. En Buenos Aires, el epicentro de esos espacios fue alguna vez la calle Lavalle, que hoy quedó reducida a una serie de plaquetas conmemorativas que indican dónde estuvo lo que ya no está. Para el Espectador tiene un correlato curiosamente diurno. Es, sobre todo, sinónimo de la juvenilia del colegio, cuando se fugaba para ver el día del estreno, en horarios tempranos, Escape de Nueva York, de John Carpenter, o El imperio contraataca. Las salas, contra lo que podría suponerse, estaban despobladas.

Esos recuerdos primerizos, tan vívidos, lo llevan a deducir que no le sería difícil...

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