Contingencia política e imitación trágica

AutorPatricio Tierno

Se ha dicho que la política y el teatro nacieron juntas, alumbradas por el despertar civilizador de la antigua Grecia en la época clásica. De esa experiencia inigualable en la historia de la humanidad, se desprende una primera lección política general: sólo hay acción política verdadera cuando esta se encuentra determinada por aquellos mismos que la eligieron. Al mismo tiempo, también resulta posible extraer una máxima estética no menos general y contrastante: toda acción genuina depende de nosotros, los hombres, que sin embargo estamos sujetos a las arbitrarias y divinas fuerzas del destino. La tensión entre la libertad y el determinismo, que con el correr de los siglos se tornaría un problema eterno y recurrente, se halla a la base de aquel origen común y esa oposición interna entre la escena pública y el escenario trágico.

Para dilucidar su semejanza y establecer una plausible diferenciación, quizá no sea vano retornar a la inteligencia más brillante de la antigüedad, esto es, Aristóteles. Pues con él se vuelven solidarias por primera vez, de un modo tardío y en la fase de decadencia final de la ciudad (siglo IV a. C.), la vertiente práctica y la vertiente teórica en las que se refleja la ambivalente relación de la política y el arte. Por un lado, la actividad cívica y artística de la Atenas democrática en su momento previo de esplendor; por otro, el pensamiento racional que durante los tres siglos anteriores estudió y reflexionó sobre la pólis, su organización y sus manifestaciones culturales. En esa intersección, levantando la tradición de la democracia y la creación literaria del pasado, a la par que heredando la reflexión crítica de sus antecesores filosóficos (sofistas, Sócrates y Platón), alguien llegado de la lejana Estagira, de donde habría de provenir el grito macedónico de la opresión, supo anudar en un pensamiento descriptivo y normativo por igual a la política y la poesía partiendo de sus propios principios y formas específicas.

En efecto, la filosofía práctica y estética de Aristóteles nos permite pensar la proximidad y la autonomía relativas de esas dos esferas de actuación en tanto que dos ámbitos claramente delimitados del conocimiento. En primer lugar, los griegos empezaron a hacer y discutir política en simultáneo con la invención y difusión del teatro, por lo que el estagirita acoge en su teoría las características coincidentes de ambos campos en una sociedad atravesada por la necesidad de reconocimiento y visibilidad. Este carácter público de los valores y las acciones remite, aquí y allá, al arquetipo de la representación, la expresión de todo aquello que deber ser dicho y hecho por cada uno ante la vista de los demás. Así nos lo explica un decidido proponente de la analogía del espectáculo: "... el espacio del teatro se reproduce en el espacio de la ciudad. Pues el dios de piedra o actor se halla en el centro de un orden organizado por ellos, en el punto de convergencia de todos los puntos de vista posibles. Éste es el lugar ideal del héroe arcaico (o guerrero homérico), o, en la edad clásica, del hombre político, uno y otro, en el centro del círculo común"[1].

En segundo lugar, la civilización helena fue exhibiendo una progresiva tendencia a separar las funciones institucionales así como las calificaciones exigidas para su desempeño. A un teórico que ostentó siempre la condición de meteco -extranjero residente- en Atenas y que, en consecuencia, se situaba en la perspectiva privilegiada de mero observador de una realidad que estaba más allá de su influencia directa, no podía escapársele el hecho de que la política y el teatro, aun reproduciendo un dispositivo de representación análogo, tenían que diferenciarse en lo que respecta a su índole. De esa manera, pudo ver que en el esfera público-política la práctica y la teoría se interpenetran o, como él mismo lo planteó en términos conceptuales, que existe una estrecha relación entre la experiencia concreta y la noción intelectual de prudencia. Esto significa que la percepción de las circunstancias particulares relativas a una situación dada se traduce en la deliberación oportuna acerca de lo que depende de nosotros, aquello que está en nuestro poder y puede ser diferente. La variabilidad del devenir histórico pone a los agentes ante la sucesión de acontecimientos que responde al orden contingente del mundo humano ("sublunar"), por oposición al orden inmutable y necesario del mundo celeste ("supralunar")[2]. En aquel mundo contingente y experiencial, la pólis, la ciudad real, adopta distintas configuraciones en función de la multiplicidad de grupos y clases que la habitan y de la diversidad de regímenes constitucionales que pueden llegar a conformarla.

Parejamente, la esfera técnico-artística considera como objeto propio a la poesía, es decir, al drama (tragedia y comedia) y a la épica (o epopeya), asociando de ese modo la creación efectiva al análisis de las...

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