La conmoción de los muros

AutorFrei Betto

En el 2009 se cumplirán veinte años de la caída del muro de Berlín, símbolo de la bipolaridad del mundo dividido en dos sistemas: capitalista y socialista. Ahora asistimos al declive de Wall Street (Calle del Muro), en la cual se concentran las sedes de los mayores bancos e instituciones financieras.

El muro que da el nombre a la calle de Nueva York fue levantado por los holandeses en 1652 y tirado por los ingleses en 1699. Nueva Amsterdam cedió su lugar a Nueva York.

El apocalipsis ideológico en el Este europeo, nunca previsto por ningún analista, fortaleció la idea de que fuera del capitalismo no hay salvación. Ahora bien, la crisis del sistema financiero derriba el dogma de la inmaculada concepción del libre mercado como única panacea para el buen desempeño de la economía.

Todavía no es el fin del capitalismo, pero quizás sea la agonía del carácter neoliberal que hipertrofió el sistema financiero. Acumular fortunas se convirtió en más importante que producir bienes y servicios. La burbuja especulativa se infló y de repente explotó.

Se repite, sin embargo, la vieja receta: después de privatizar las ganancias, el sistema socializa las pérdidas. Con lo cual se desmorona la cantilena de “menos Estado y más iniciativa privada”. A la hora de la crisis se acude al Estado como tabla de salvación en forma de US$ 700 mil millones (el 5% del PIB de los EE.UU. o el costo de todo el petróleo consumido durante un año en dicho país), que serán inyectados para darle respiración al sistema financiero.

El programa Bolsa Hartura de Bush reúne garantía suficiente para erradicar el hambre del mundo. ¿Pero quién se preocupa de los pobres? Debido al aumento del precio de los alimentos, en los últimos doce meses el número de hambrientos crónicos subió de 854 millones a 950 millones, según Jacques Diouf, director general de la FAO.

¿Quién pagará la factura del Proer usamericano? La respuesta es obvia: el contribuyente. Se prevé el desempleo inmediato de 11 millones de personas vinculadas al mercado de capitales y a la construcción civil. Los fondos de pensión, descapitalizados, no podrán cubrir los derechos de millones de jubilados, sobre todo de quien invirtió en seguridad privada.

La restricción del crédito tiende a inhibir la producción y el consumo. Los bancos de inversión ponen sus barbas en remojo...

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