Cervantes: hallar sus restos ya no parece una quijotada

MADRID.– Hay señas que los siglos no borran. En sus días como soldado en guerra con los otomanos, sufrió dos disparos de arcabuz en el pecho que le dejaron una lesión en el esternón. Otro proyectil le dejó atrofiada la mano izquierda: los dedos retraídos en forma de garfio que le valieron el mote de "el manco de Lepanto".

Aquellas heridas que marcaron para siempre su vida ganan en estos días un valor científico incalculable. Son el equivalente al ADN con el que un grupo de antropólogos forenses intenta rescatar los restos del , enterrados hace 399 años en una tumba sin marcas dentro del convento de las Trinitarias Descalzas, en el centro histórico de Madrid.

El hallazgo está al alcance de la mano. Los investigadores tienen todo preparado para instalarse a partir de la semana próxima en una cripta de diez por seis que se abre debajo del altar barroco de la iglesia del convento.

Hacía décadas que nadie bajaba por la escalinata lúgubre que lleva hasta ese subsuelo polvoriento. Durante la primera fase de la "operación Cervantes", que consistió en una prospección con georadar de todo el edificio, se detectaron allí 33 posibles sepulturas.

Los nichos empotrados en las paredes serán examinados con termografía infrarroja para localizar restos óseos. Luego se introducirán microcámaras por ranuras de un centímetro de diámetro (similares a las que se usan en las endoscopias) para explorar el interior. Si se vieran indicios que pudieran coincidir con los restos de Miguel de Cervantes, se abrirá la tumba.

Las heridas de la batalla de Lepanto -en 1571- permitirían reconocer los restos a simple vista, creen los investigadores. Además, cuentan con el autorretrato lleno de pistas para la posteridad que Cervantes, al filo de la muerte, dejó en el prólogo de sus Novelas ejemplares.

Escribió allí el autor del Quijote: "Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos".

El Convento de las Trinitarias queda a apenas unos pasos de distancia de la casa miserable donde Cervantes pasó sus años finales. Pese al éxito literario, era un anciano pobre, desdentado, enfermo de diabetes y lleno de achaques físicos que luchaba para terminar sus últimas obras. En 1613 publicó...

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