Casamiento con cinturón de castidad

Cuando el amor ha sido una comedia, forzosamente el matrimonio tiene que derivar en un drama, decía Lamartine. Tenemos el placer de participarles la inminente boda entre Cristina y Daniel, que es un obligado acuerdo de impotencias. Ella intentó hasta el último minuto evitar entregarle su retórica revolución progresista a ese insólito conservador popular a quien despreciaba, pero no encontró en todo su reino un novio genuino con dote suficiente, y entonces optó por un apresurado acuerdo nupcial de conveniencia. Aunque, claro está, tomó algunos recaudos, como ponerle un cinturón de castidad al consorte para que éste no pudiera serle infiel a sus espaldas. Zannini tiene la llave del cinturón, y jura que no le permitirán a Scioli ninguna relación carnal que no figure en el contrato. La debilidad electoral del "proyecto" se certifica con esta entente: si el pueblo pensara como esa minoría intensa llamada cristinismo, si la mayoría de los argentinos estuviera de acuerdo con los escribas del relato glorioso y con el éxito total de la obra, las encuestas habrían detectado naturalmente a un heredero puro que encarnara la lógica de la continuidad y la ortodoxia. Pero resulta que a nadie registra el radar, salvo a ese motonauta solitario e inescrutable que navega en otras aguas. No queda más que subir a su lancha y tratar de torcerle el rumbo.

La fórmula entre Zannini y Scioli es la combinación entre un experto en hacer daño y un especialista en hacer la plancha. Algunos piensan con malicia algo que los kirchneristas desean con fervor. Que a Scioli efectivamente le interesa más ser presidente que gobernar. En esta hipótesis tan novedosa y conveniente para los cristinistas, que el propio sciolismo a veces irradia con la intención de mostrar al gobernador como un ser inofensivo, Néstor quería la plata para hacer política y Daniel quiere el poder para aumentar la fama. Lleguemos a Balcarce 50, lo demás no importa, suele proclamar el ajedrecista naranja, avivando esos rumores. No es precisamente una consigna sanmartiniana. Pero de ahí a pensar que la filosofía de flotar en la corriente puede convertirse en el modus operandi de su gestión presidencial hay un paso largo. Una cosa es llegar y otra muy distinta es permanecer en esa silla eléctrica. El asunto tiene mucha miga, puesto que le resultará difícil cautivar a la sociedad sin ofrecerle transformaciones y, a la vez, cada una de ellas será una especie de afrenta para sus socios dogmáticos, quienes creen...

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