El carnicero de San Andrés de Giles: un silencio de nueve años, el tiempo en que mató a toda su familia

Luis Fernando Iribarren, el carnicero de San Andrés de Giles

El 31 de agosto de 1995, en San Andrés de Giles se abría una ventana hacia un abismo infernal, en el fondo del cual subyacía el resultado de los actos de uno de los mayores asesinos múltiples de la historia criminal Argentina.

"Fui al velorio de mi tía Alcira", decía el cartel que encontró la policía, y que Luis Fernando Iribarren había dejado en la puerta de la casa de la calle Cámpora 1658, en la pequeña ciudad agropecuaria situada 103 kilómetros al noroeste de la Capital. En el pueblo sabían que a Alcira Iribarren, una docente jubilada, de 65 años, un cáncer que le habían detectado hacía cinco años le iba vaciando la vida de a poco.

El sobrino ensayó, ante los vecinos, una primera explicación: había llevado a la tía a internarse a una institución oncológica, porque estaba en la fase terminal de la enfermedad; y había fallecido en la ciudad de Buenos Aires el 26 de agosto. La mayoría se compadeció de este hombre de 30 años, flaco y apocado, que vendía equipos de comunicación y a quien el destino había golpeado de nuevo, arrebatándole a otro familiar, nueve años después de que desaparecieran misteriosamente sus padres y sus dos hermanitos. Pero hubo alguien que dudó, y llamó a la policía.

El oficial Ramiro Álvaro Córsico , que fue quien llegó hasta la casa de la calle Cámpora llegó al chalet ubicado a media cuadra de la rotonda de la vieja ruta 7 y a una de la terminal de micros, no entendía qué pasaba. Iribarren había puesto ese cartel del velorio, pero ninguna casa de sepelios de la ciudad tenía el servicio por el fallecimiento de la mujer. Ni siquiera había un acta de defunción a su nombre, ni de ese día, ni de los anteriores.

No solo eso: la Caja de Jubilaciones le seguía pagando puntualmente la pensión que le correspondía por sus años de aportes como maestra. Y en su cuenta bancaria los movimientos eran habituales. Uno de los cajeros de la sucursal local le dijo a Córsico que, como la mujer estaba impedida de movilizarse por la enfermedad que sufría, el sobrino de Alcira Iribarren era quien cobraba la jubilación todos los meses, gracias a un poder firmado por ella, que lo autorizaba.

Córsico le detalló todos esos hallazgos al comisario Ángel José Santos, que decidió anoticiar del misterio al juez de Mercedes Eduardo Costía -que estaba de turno- antes de enfilar, junto con el oficial investigador, hacia la casa de la calle Cámpora. Les costó convencer a Iribarren de que los...

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