El boicot de un equipo indescifrable

Boca se mece en el confort de los indiscutidos. Porque los números lo respaldan. Porque los perseguidores -salvo Newell's- rastrean otras prioridades. Porque cualquier aspirante parece rendido. Porque el fixture, complaciente, le guiña un ojo a los xeneizes. Casi cómplices, las próximas semanas le propondrán adversarios que transitan de la mitad de la tabla para abajo: San Martín (San Juan), Defensa y Justicia, Vélez, Patronato, Atlético de Rafaela y Arsenal, uno tras otro. Serán 18 puntos a través de los cuales Boca podría blindar esa sensación de consagración inevitable. Hasta que se le cae la careta y se le descubren las costuras.

Porque Boca arruina sus planes. Confirma que su vuelo es apenas gallináceo, no despega, no convence. Ni con todo a favor: calendario, plantel y prioridad competitiva. Pero nadie gana en la víspera y el fútbol suele esconder trampas detrás de cualquier subestimación. Son esas tardes en las que aparece un Talleres y derrumba la supuesta lógica. El torneo, eléctrico, anárquico y distorsionado, recupera algo de vivacidad. Y a la vez devuelve un cachetazo de mediocridad: después de la interminable interrupción veraniega, del lote de punta ningún equipo consiguió hilvanar dos victorias consecutivas. Es la maldita paridad; asegurar que la argentina es una liga atractiva porque cualquiera puede dar el golpe es un triste reduccionismo. Es un torneo malo, y punto. El resto es un relato impostor.

Boca es el puntero de ese campeonato. Hay un aspecto del fútbol...

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