La batalla por las veredas

Con guirnaldas de luces y banderines de colores como techo, medio centenar de personas disfruta de unas de las últimas noches de verano ahí donde el palermitano pasaje Cabrer desemboca en Gurruchaga. Algunos están sentados en los bancos largos que la cervecería Growlers tiene en su frente, otros a sus altas mesas, y no son pocos los que directamente se instalan -reglamentaria pinta de cerveza en mano- en el cordón de la vereda o incluso sobre el empedrado de la ochava. No hay música, pero sí un constante murmullo de voces del que sobresale de tanto en tanto alguna risa o exclamación de bienvenida.

"Me gusta la calle", dice Pablo Paz, de 39 años, que vive a unas cuatro cuadras de Growlers, a donde acude un par de noches de semana con sus amigos a tomar una cerveza en la vereda del bar, a modo de aperitivo. Esta noche lo acompañan Juampi y Pablo; también Camila, cruza de labrador y golden, que toma agua de una bandejita de plástico mientras el grupo charla. "Juntarse con amigos en la vereda es romper un poco el molde de Palermo, es una opción mucho más relajada que ir a un bar donde está lleno de gente y no podés hablar. Obvio que uno trata de no molestar a los vecinos", agrega Pablo, que vive a cuatro cuadras.

Claro que no todos los vecinos están tan conformes con la moda impuesta por las cervecerías artesanales porteñas-especialmente en primavera/verano- de reunirse a tomar una pinta en la vereda. Hay quejas, también alguna que otra denuncia, que tienen como eje ese manso pero constante bullicio que emana de la gente reunida a la puerta de estos bares.

"Aunque nunca hubo una confrontación ni nada por el estilo, tuve que ir a quejarme un par de veces al bar de la esquina para pedir que la gente no hable tan fuerte y que no se acode en la ventana de mi casa", cuenta Pablo Mastrovicenzo, que viven en el pasaje Cabrer, compartiendo medianera con Growlers. A fin de año, agrega, "hice una denuncia en la fiscalía porque en las Fiestas extendieron el horario hasta las 7 de la mañana". Pablo reconoce, sí, que la apertura del bar a fines de octubre pasado iluminó el pasaje hasta entonces bastante oscuro.

Sucede que el uso de la vereda como extensión de las cervecerías, más allá del espacio delimitado para las mesas, es una constante que hoy se verifica no sólo en Palermo, sino también en barrios como San Telmo, Belgrano, Colegiales o Núñez, entre otros, donde la pinta after office ya se ha convertido en una costumbre.

"El plan es una cerveza y a...

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