El ángel de las pelotas inflables

Carga una cruz, pero no es Jesús ni está crucificado. Reza todos los días para que el viento sea piadoso y lo acompañe. Compinche de los niños, amigo de algunos grandes, roba sonrisas y también llantos. Ángel Emilio Collante, "Pino" para los amigos, tiene 74 años y desde hace más de 50 se dedica a vender pelotas.

Le hubiese gustado ser empresario y tener su propia fábrica, pero, por esas cosas de la vida, luego de trabajar en una zapatería, a los 16 años se topó en la Panamericana con un vendedor de globos y quedó fascinado. Fue entonces cuando juntó coraje y decidió abrirse camino en un nuevo oficio.

"Me acuerdo de que iba caminando por la calle y lo vi. El hombre tenía como 15 empleados que vendían globos por toda la ciudad. ¡Eran inmensos! Después de observarlo por un buen rato me acerqué y le pregunté si me podía tomar. Supongo que me vio joven y entusiasta, porque aceptó al instante", cuenta Ángel, emocionado como aquel día en el que vendió su primer globo, "un satélite gigante a un niño diminuto", recuerda.

Pero "Pino", inquieto por naturaleza y con ansias de continuar creciendo, aprendió el oficio y a los pocos meses se largó solo. "Mi papá me compró los tubos de gas y empecé por mi cuenta. Anduve por Munro y Flores hasta que descubrí el barrio de Belgrano, y acá me quedé", sentencia.

Luego de un tiempo, cuando el precio de los globos se volvió muy alto y venderlos era una osadía, Ángel se "pasó al bando de las pelotas", muy llamativo para quienes, a través de las ventanillas de los colectivos, lo descubren en sus viajes.

Así es como de miércoles a domingo se lo puede ver tratando de encender la risa de un niño o conquistar la billetera de algún adulto con ganas de robar un abrazo de agradecimiento.

De todos los colores y tamaños, a pintas, lisas, amarillas y azules, con dibujos de princesas y distintos personajes de televisión, las pelotas danzan de los hilos que cuelgan de la cruz de Ángel.

"Es un trabajo divino, pero cuando hay viento te la regalo", comenta jocoso mientras recuerda el día de otoño en el que rodó por Cabildo con las 200 pelotas que a menudo transporta. "¡Fue un desparramo!, pero los autos se detuvieron y los peatones no dudaron en ayudarme."

De guardapolvo azul y a paso lento, deja boquiabierto a más de un chico que, aferrado a la mano de un adulto, pide a gritos tener una de las pelotas y, en muchos casos, monta un berrinche con tal de salirse con la suya.

"Muchos me ven y lloran. Los viejitos son los que más me...

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