El amargo llanto de Cristina en las penumbras

Era el final de un día largo y difícil, tanto para la monarca como para sus súbditos. Cristina no se había propuesto cristinizar la jornada. Como que asumía que el foco iba a estar en otro lado, lejos de los confines de su reino. Incluso anteanoche me había comentado por teléfono que estaba tranquila, confiada, en paz. Se rió cuando le dije que no le creía una sola palabra. Pero el diablo metió la cola. Ayer a la mañana salió de votar en Río Gallegos y se encontró con una desagradable sorpresa: casi no había militantes, casi no había periodistas.

Fue fuerte. Lleva muchos años mirando desde lo alto de un trono. Lleva mucho tiempo paseándose en olor de multitud. Qué era eso de que, de pronto, el calendario saltaba irrespetuosamente del 22 de noviembre al 11 de diciembre. Una cosa es que se atenúen las luces. Otra, que la dejen en medio de la penumbra. No lo soportó. Vio unos pocos micrófonos, que en realidad estaban allí siguiendo a su cuñada, Alicia, y se tiró encima. Mandó un discurso de campaña de 28 minutos. Ningún presidente -ningún candidato, ningún dirigente político, ningún ciudadano- se había animado jamás a violar flagrantemente la veda electoral durante casi media hora. Ella lo hizo, y eso es lo que a lo largo de estos años nos despertó tanta admiración. Para que se entienda: si una ley le pone límites a Cristina, lo que hay que revisar es la ley.

Después, a bordo del Tango 01 en su regreso a Buenos Aires, llegó la cadena nacional de tuits. Se la veía cada vez más sacada. "¡Grande, Ma!", la alentó Máximo al despedirla en Río Gallegos. El heredero se quedó ahí porque acá, visto el panorama, no tenía nada que hacer. Bueno, allá tampoco. Él disfruta con las travesuras de su madre. Hace años, cierta junta de médicos fue a verlo discretamente a Olivos, preocupados por algunas cosas que hacía y decía la Presidenta. Después de escucharlos 5 minutos, Maxi los cortó en seco. "Tranqui, tranqui. Mamá hizo locuras toda su vida."

A las 7.20 de la tarde la señora llegó al microcine de la quinta presidencial. La acompañábamos un grupo de unas 15 personas. Había seis pantallas: cinco para los canales de aire (el de la TV Pública era el único con volumen alto) y una para las cifras del escrutinio. Y no menos de 10 teléfonos celulares. Todos de ella. Estaba contrariada desde que, después del mediodía, el propio Zannini le había adelantado que los números venían mal. Como ocurriría muchas veces después, los diálogos con sus colaboradores fueron...

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