Cómo acompañar en el sufrimiento

Como adultos criamos y acompañamos a hijos, sobrinos, hijos de amigos, ahijados. Es maravilloso compartir ratos con ellos, disfrutar, verlos crecer. Inevitablemente, en otros momentos acompañamos sus padecimientos, y ¡cómo duele!

Cuando son chiquitos nuestro abrazo, un beso, unas palabras, a veces una curita, o un cuento, un chiste hecho a tiempo, o distraerlos con otra cosa logra la magia de que el sufrimiento desaparezca, aunque sólo sea de a ratos. Tener y usar esos recursos nos hace sentir poderosos: una canción y el abrazo de mamá calman el llanto de Juancito cuando lo cosen en una guardia, o las palabras y el beso de papá tranquilizan a Tere cuando se despierta asustada por una pesadilla. Consolamos al que se quedó sin amigo el viernes a la tarde, al que se sacó mala nota aunque estudió mucho, al que perdió su juguete favorito. Es tan fuerte la confianza en nosotros de los chicos que casi siempre una mano en la espalda alivia la tos, un abrazo cura el miedo y un beso la tristeza. Y nos gusta creer que va a ser seguir así cuando crezcan.

En la adolescencia, aunque ellos nos aparten y no quieran contarnos, la mayoría de las veces seguimos sintiendo que podemos hacer algo para suavizar su dolor o su sufrimiento. Alcanzarles una gaseosa, dejarlos dormir un rato más, hacerles unos masajes, ayudarlos con alguna tarea son los abrazos que ellos aceptan. En esa etapa nos apartan muchas veces por miedo a la tentación de saltar a nuestros brazos para que los alcemos y consolemos con un "mala mesa que te golpeó" como cuando eran chiquitos.

Pocas veces, por suerte, y en todas las edades, el dolor es demasiado fuerte o duradero, como una enfermedad de tratamiento difícil o la muerte de un familiar muy querido, y nuestros recursos no logran su magia. Sí ayudan, acompañan, sostienen, pero no podemos dejar de ver sus ojos tristes, o su enojo ante circunstancias que no eligieron y con las que tienen que aprender a convivir, y empezamos a ver un límite en nuestras capacidades, esta vez no podemos aliviarles el dolor, sólo nos queda darles la mano y atravesarlo juntos.

Pero recién cuando se transforman en adultos...

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