El zen y el arte de vivir el presente

Me gustaría contarles una historia del tipo "a los 27 años me encontraba en una encrucijada, perdido, sin rumbo, y por eso busqué ayuda en el budismo zen." Pero no fue así. Ni cerca.

Luego de años en la carrera de Filosofía y Letras, seguía con hambre. Esos edificios intelectuales eran imponentes, pero, para mí, inhóspitos. Había pasado de los presocráticos a Heidegger, de Spinoza a Sartre, pero seguía con hambre. Tras interminables debates de café, mi amiga Claudia Hartfiel sentenció:

-Vos tenés que leer sobre el zen.

Devoré entonces los volúmenes de Taisen Deshimaru y los de los dos Suzuki, Daisetsu Teitaro y Shunryu. Estaba fascinado. Pero había un problema. Todos los textos sostenían que el zen no se estudia, se practica; la práctica se llama zazén. ¿Y dónde se suponía que iba a encontrar un maestro de zen?

"Llamemos a la embajada de Japón", razoné, y busqué el número en la guía. Les hice una consulta que, ahora que la pronunciaba en voz alta, sonaba por completo delirante.

-Hable con Uchiumi Sensei -me aconsejaron.

Junté coraje y lo llamé. Me dijo que fuera el siguiente sábado, a las 6 de la tarde. En un mundo sin Facebook ni Google, ignoraba que estaba yendo a visitar a Yoshihiko Uchiumi, el celebrado maestro de japonés que en 1978 había abierto un curso pionero en la UBA. Ignoraba asimismo que no iba a contratar a un sensei. Era al revés. Esa tarde el maestro decidiría si admitía un discípulo.

Nos sentamos a la mesa y me preguntó, sin preámbulos, por qué quería practicar zazén. Le respondí con la verdad: porque los libros decían que el zen no se estudia, se practica.

-Entonces practiquemos -propuso.

Visto de afuera, el zazén parece fácil, pero lleva meses lograr que esa postura deje de torturar las piernas y se convierta en meditación. Lleva años subsumir la conciencia y ver el otro lado, observar la mente vacía.

Uchiumi fue magnánimo. Esa primera sesión no duró los 45 minutos usuales, sino 20. Luego de esto, y con mis tobillos amotinados, volvimos a la mesa, me sirvió té y me dijo:

-Yo practico los sábados a las 6 de la tarde. Si quiere, puede acompañarme.

Acudí sin dudarlo, pero la técnica parecía imposible de dominar. Piernas y rodillas dolían como molidas a golpes. La...

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