Una era que se está yendo a las patadas

Se sabe que una era puede llegar a terminar mal, muy mal, traumáticamente. Lo que resulta más extraño es que a una era la echen a las patadas. Eso es lo que está pasando con el reinado kirchnerista. Los votantes deciden el fin de su existencia, los jueces lo acorralan, sus adversarios aplauden el paso del cortejo fúnebre y sus leales se esconden.

A veces la historia se torna cruel. Después de declarar en la causa por traición a la patria en la que probablemente termine condenada, la Cristina de tronos dorados, pompa y multitudes habla tristemente en la calle a la sombra de un mísero toldo. Se dirige a los periodistas, no al puñadito de seguidores traídos desde La Matanza. La acompañan dirigentes de tan promisorio futuro como Moreau, Sabbatella y Parrilli. A Parrilli, que manejó la inteligencia del Estado, esta vez le pidieron que supervisara la altura de la carpa, el armado de una tarima y la colocación de unas vallas. Alta misión. La señora, que volvió a vestirse de señora, no deja que le hagan preguntas (claro, terminó la campaña). Se trepa a un auto y escapa del momento. Un día antes, también desde ahí había salido, esposado, Julio De Vido, camino de la cárcel de Ezeiza, donde pasan sus días sus laderos, los entrepreneurs Ricardo Jaime, José López y Roberto Baratta. Me dicen que por ahora no está previsto que el penal pase a llamarse Unidad Ciudadana.

La saga de De Vido fue un trepidante reality. En una sesión exprés, la Cámara de Diputados entregó el reo a la Justicia. Escuché todas las intervenciones, pero confieso que me distraje una y otra vez con las bancas vacías del Frente para la Victoria. Ese bloque al que tantas veces hemos visto gritón, exultante, bullanguero, sobrador, vanidoso, aplaudidor, rendido a los pies de Cristina; ese bloque sumiso, presto para levantar la mano y alzar cartelitos, parlanchín, que no preguntaba a sus jefes qué se votaba, sino cuándo; esos diputados que se convirtieron en soldaditos a sueldo de la Casa Rosada el miércoles no bajaron a defender al gran arquitecto. Quebrados, humillados, avergonzados, lo entregaron sin dar la cara. En mi barrio, a los pibes así les decíamos goncas.

Yo moría por ver a Máximo, pero ni siquiera fue al Congreso. Aprovecha, porque el día en que su madre esté en el Senado lo va a tener cortito. "Maxi, otra vez pasé por tu despacho y no estabas. ¡Sos un vago incorregible!" Moría por ver y escuchar a Gioja, Kicillof, Héctor Recalde, Kunkel, Diana Conti, Wado de Pedro. No era tan...

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