Wagner y el genio ruso

Kandinsky tenía treinta años, era un artista amateur y un estricto profesor de Derecho en la Universidad de Moscú cuando asistió en el Bolshoi a la represetacion de Lohengrin, la ópera de Wagner. Sentado en la butaca experimentó primero emoción y luego deslumbramiento. Como a San Pablo camino de Damasco, un rayo había cambiado su destino. En los acordes de la música descubrió el espíritu de Wagner asociado a la llamada Gesamtkunstwerk, la creación de la obra de arte total.

Lo que hasta ese momento era intuición, en la mente de Kandinsky se convirtió en certeza. La pintura figurativa planteaba un límite, era lo que se veía, una narración. Liberado de su atadura a la realidad, el arte podía ser un juego cromático musical, donde los colores fueran las notas y la composicion la tonalidad. Al escuchar a Wagner, Kandinsky se abandonó a la ensoñación y pudo ver el paisaje interior, y hasta recorrer su ciudad natal sin verla.

Will Gompertz, en 150 años de arte moderno, recuerda que por entonces el ruso visitó la muestra de Monet que había llegado a Moscú. Cuando vio la pintura de unas parvas borrosas, donde el objeto parecía desaparecer en la forma y en el color, sintió que veía por primera vez un cuadro, no una copia de la realidad sino una abstracción, como la música... que no se ve.

Ese rayo abrió el horizonte infinito de la abstracción. El artista le ganó al abogado y se mudó a Múnich para estudiar arte. Desde los impresionistas a los fauves. En menos tiempo del esperado, estaba pintando con espátula y mucha materia trazos...

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