La vuelta de David Bowie

Algunos discos, algunas canciones son a veces -más que canciones, más que discos- un factor sentimental. Un ejemplo: durante la noche de Año Nuevo a alguien se le ocurrió matizar la celebración con los gorjeos de cierta cantante islandesa. De pronto me invadió una angustia contradictoria. Estaba ahí, brindando en el presente, y al mismo tiempo en otro lado. La música me devolvía, sin darme del todo cuenta, al escuálido cuartito universitario en que viví hace más de una década. Era invierno. Oscurecía muy temprano en esa ciudad extranjera y durante los primeros meses, después de cumplir con mis obligaciones, retornaba a mi reducto sabiendo que sólo me esperaban un par de libros, un reproductor portátil y el único CD que había podido comprarme: justamente ése, que no paraba de escuchar, como si fuera el mejor contraveneno para combatir la soledad. Esas canciones no son ya música, son parte de una experiencia.

Pero a veces ocurre lo contrario, como con el individuo al que escucho cantar mientras escribo. No es un CD, sino -todo parece ahora más fácil y menos desolado- un video propalado por YouTube. "Blackstar" dura casi diez minutos y es una canción contracorriente que cambia de dirección a mitad de camino. La voz del intérprete, David Bowie, tiene la calidad de siempre y el tema (junto con otro que circula por las redes: "Lazarus") anticipa su nuevo disco, que se conocerá en un par de días. Lo singular del caso (lo que me emociona de una manera casi secreta) es un dato circunstancial: el día del lanzamiento, Bowie (Brixton, Londres, 8 de enero de 1947) cumplirá 69 años. "Demasiado viejo para el rock 'n'roll, demasiado joven para morir." Aquella escéptica consigna de Jethro Tull parece haber quedado varada en el tiempo, sobre todo a la luz del nada nostálgico disco (The Next Day) que el músico inglés editó años atrás, tras más de una década de silencio.

Bowie parece ser la excepción a la regla de aquel factor sentimental: en vez de retrotraerme a un pasado puntual, forma parte de un murmullo indistinguible. Quizá se deba a que su música y su figura me impusieron desde el principio una rara distancia, contraria a la empatía a la que parece obligar cierta música popular. Con los años se convirtió en una suerte de esfinge a la que iba auscultando de refilón, con una perplejidad reticente que era fácil atribuir a las diferencias generacionales. Ésa era la paradoja imposible de resolver: a pesar de la aparente indiferencia, Bowie era uno de los...

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