Vivir y morir en la cocina del infierno

"«Tenés que saber que en el segundo episodio ya te estás muriendo, desangrándote dentro de un contenedor de basura». Así me presentaron a Matt Murdock. No pude decir que no. Estaba muy bien escrito. Además: ¿quién quiere ser un superhéroe invencible si se puede tener una gran escena de muerte?", se ríe el británico Charlie Cox cuando se le pregunta acerca de su conexión instantánea con "el hombre sin miedo", creado hace más de cincuenta años por el prolífico Stan Lee y el artista Bill Everett en las páginas de Marvel Comics.

Cox ha podido ensayar más de una variante de su "escena de muerte inminente" desde entonces, ya que buena parte de la considerable aceptación de Daredevil, la serie de Netflix -que regresará pasado mañana con una segunda temporada de 13 episodios- está cifrada en la absoluta humanidad de Murdock, que perdió la vista en un accidente pero que logró a cambio, gracias al agudizamiento de sus sentidos restantes, una suerte de "ecolocalizador", como aquel que usan los murciélagos (en los cómics, todo es referencial).

Como el personaje central está lejos de ser invencible, el desafío es mayor, tanto para sus celebrados coreógrafos -que tienen que convencer al público que un abogado ciego es capaz de noquear a quince matones armados en un pasillo oscuro- como para sus guionistas, que han tomado las múltiples versiones de Daredevil (especialmente las de dos creadores con mayúsculas, como Frank Miller y Brian Michael Bendis) y han construido con elementos de ellas a un héroe no sólo sordo sino casi mudo: quebrado, aislado e impulsivo, dominado alternativamente por la culpa y el ego.

"Es el paladín católico", como lo definían con acidez dos cazadores de autógrafos que esperaban, en enero último, la salida de los actores de la serie del lujoso hotel de Pasadena en el que se llevaba a cabo el encuentro semestral con los críticos norteamericanos, reunión de la que LA NACION participó por invitación de Netflix.

"Daredevil, me parece a mí, pone en escena qué derechos nos otorga nuestra sed de justicia -revisa Cox acerca del origen de su personaje, a quien confiesa que leyó con voracidad una vez que fue confirmado en el papel-. La cuestión es hasta dónde podemos llegar y con qué métodos, aunque el fin que perseguimos sea loable. En la primera temporada, la fe católica de Murdock lo torturaba: ¿es la voluntad de Dios usar estas habilidades para hacer justicia por mano propia o debiera dejarlas de lado para aportar su talento al sistema...

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