Viven en fábricas abandonadas, pensiones y conventillos: cómo funciona el espacio donde 250 niños van a estudiar, darse una ducha y proyectar su futuro

"Tenemos que volver a ponerle un sueño a los pibes, que recobren el deseo de vivir", aseguran desde la organización

Cuando Fátima bucea en sus recuerdos, se aferra a momentos concretos. Un baño impecable donde podía darse una ducha tranquila, porque en su casa no había agua caliente. El saber que tenía un espacio donde jugar, correr y en el que aprendió a andar en bici. Ahí comía helado en verano, compartía el almuerzo con otros chicos después del ritual sagrado de poner juntos la mesa y dormía la siesta abraza a un peluche y en un colchón que era suyo. También hacía la tarea antes de ir a la escuela y festejaba sus cumpleaños, algo que en su casa no le podían organizar. Se sentía segura, cuidada y "especial".

Todo eso ocurría en el sitio donde su mamá, que es empleada doméstica y siempre trabajó mucho para sostener a sus cuatro hijos, la dejaba cada mañana: Casa de los Niños . "Vivimos en varios lugares: con una tía, alquilamos, nos prestaron casas…", enumera Fátima, que hoy tiene 14 años.

En medio de esa incertidumbre habitacional y también laboral de su mamá, ella encontró en Casa de los Niños una especie de ancla , un sitio que le daba certezas. Se trata de un programa preventivo de la fundación Pelota de Trapo que funciona desde hace 38 años en Avellaneda, todos los días, de 7 a 18. Van 247 niños y niñas desde el año y medio hasta los 12, quienes van a contraturno de la escuela. Son chicos que viven con sus familias en conventillos, inquilinatos, fábricas abandonadas o casas tomadas , en un barrio donde se palpita el fantasma de su antigua pujanza industrial.

En Casa de los Niños se reciben a chicas y chicos desde el año y medio de vida, hasta los 12. En la foto, los más chiquitos almuerzan antes de ir al jardín.

Crecer en esos espacios, es crecer privado prácticamente de todo: de un baño en el que se pueda tener intimidad, porque suelen ser compartidos entre decenas de desconocidos; de un espacio para invitar amigos o estudiar, porque el hacinamiento es la constante; e incluso de la posibilidad de dormir tranquilos, ya que muchas veces las ratas caminan por las camas . Y también implica estar expuesto a todo tipo de violencias y situaciones en lugares donde se ve y se escucha literalmente de todo. En los conventillos, la línea entre lo público y lo privado, se torna sumamente difusa.

Aunque no hay datos de cuántas chicas y chicos viven en viviendas colectivas, un estudio reciente realizado por ACIJ, el CELS, el Conicet y otras organizaciones en una población de 1508 inquilinos mayores de 16 años en el AMBA, arrojó que el 35% alquila una habitación de casa o departamento (22%), o una de inquilinato, hotel familiar o pensión (13%). Por otro lado, el hacinamiento alcanza al 75% de quienes viven en esas condiciones.

"Las mamás de los chicos que vienen acá, que en general son solteras y trabajan muchas horas, los dejan temprano y nosotros nos encargamos de llevarlos y traerlos del jardín de infantes que está al lado y a la escuela, que queda a la vuelta. Nos ocupamos de las...

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