El violín, en las mejores manos

En la mitología musical, la primera semana de febrero aparece como un resplandor, que iluminó de manera notable la cultura del oído entre los adictos al violín. Pocas veces las cigüeñas que atienden las demandas del espacio acústico han estado tan activas como en esos pocos días, dedicadas a incrementar la población violinística con nacimientos musicales ilustres.En Cremona, el 1º de febrero de 1671, cuando tenía 23 años, Antonio Stradivarius, iniciador de una dinastía constructora de las joyas violinísticas más valiosas de la historia, escuchó el primer lloriqueo de su hijo Francesco. Fue el vagido inaugural de una familia de artesanos que, en poco tiempo, alcanzaría a fabricar más de 1100 instrumentos de cuerda cuya calidad nunca sería superada, y de los que aún sobreviven una docena de violas, medio centenar de violonchelos y alrededor de 500 violines.Por lo menos, un par de ellos estuvo en manos de dos violinistas antológicos. Fritz Kreisler, que vino al mundo el 2 de febrero de 1875, fue el número uno en la etapa de la Primera Guerra Mundial y, para ayudar a que la gente se repusiera de la gran carnicería, oficializó el sentimentalismo con piezas cortas como Penas de amor, Capricho vienés, El viejo refrán y otros títulos inductores de facilismo emocional. Pero su gran prioridad fue la excepcional belleza del sonido violinístico por el que se lo reconocía entre todos. Y si alguien necesitaba saber con qué seriedad pensaba la música, no...

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