Violencia de género: 'Me tuve que tirar en la pileta de lona para apagar el fuego'

Desde que en marzo de 2010, Wanda Taddei fue rociada con alcohol y quemada por su pareja, Eduardo Vázquez otras 107 mujeres fueron víctimas de femicidios al ser incineradas por su novios o esposos. Hace cinco años Maira Maidana pudo ser una de esas 107 mujeres, pero salvó su vida de milagro. Desde que fue atacada el 25 de diciembre de 2011 por su pareja, Maira fue sometida a 52 operaciones, perdió la visión del ojo derecho y la audición. Le quedaron secuelas epilépticas. Pasó dos meses y medio en la sala de terapia intensiva y otros meses en sala común. Tiene parte del rostro, el cuello y el torso quemados. Todavía debe someterse a una nueva cirugía reconstructiva. En algunas de esas operaciones le sacaron partes de piel de las piernas y las injertaron encima de la piel quemada.

La semana pasada, Maira revivió el horror. Escuchó la noticia de que una joven fue rociada con alcohol y quemada por su novio en Quilmes. Esa nueva víctima, Gina Certona, está internada en la sala de terapia intensiva del Hospital Alemán. Tiene el 60 % del cuerpo quemado y su estado, según los médicos es grave. El presunto agresor, que habría sido identificado por fuentes policiales como Ezequiel Fariña, de 22 años, quedó detenido, acusado de intento de homicidio y lesiones graves.

En cambio, el supuesto atacante de Maira, su ex pareja y padre de sus dos hijos, identificado como Maximiliano Penzzi, nunca fue detenido ni procesado. En la fiscalía nunca avanzaron con la denuncia. Lo único que Maira pudo lograr, fue que un tribunal de Familia, de Quilmes, le impusiera una orden restricción perimetral.

"Al ver la noticia sobre Gina, me partió al medio. Sentí que me estaba pasando a mí. Se me hizo presente otra vez ese dolor de las quemaduras", expresó Maira, entre lágrimas y con la voz entrecortada.

Las llamas le afectaron las vías respiratorias superiores. Vivió casi cuatro años con tubos en la tráquea que reemplazaron los tejidos quemados hasta que éstos volvieron a crecer o fueron reemplazados con injertos.

"Al principio no entendía qué me pasó. Cuando me desperté no sabía lo qué me había pasado. No tenía noción del tiempo. Habían transcurrido tres meses desde lo que me hicieron", agregó Maira.

Olga, su madre, resultó fundamental para que Maira siga con vida. Recorrió hospitales, habló con médicos y estuvo todo el tiempo con ella. "Pocos días después del ataque, mientras estaba internada en la clínica del Buen Pastor, en Lomas del Mirador, los médicos me decían...

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