La vieja historia de las peleas peronistas que arrastran al país

Perón e Isabel, en una etapa de intensas intrigas palaciegas

Con dos días de demora respecto del calendario institucional, el Frente de Todos finalmente desplegó ayer sus internas. El domingo, dentro de las PASO (casualmente un invento peronista, diseñado por Cristina Kirchner y Florencio Randazzo ) las había esquivado mediante la profusión de candidatos únicos y listas armoniosas, acordes con el ritual de venerar la unidad y honrar el juramento fraternal: "los medios no nos harán pelear". Eso si es que a lo ocurrido ayer se le quiere decir, con terminología cívica, interna, y no con rigidez académica, golpe palaciego.

"Más peronismo" pedían el lunes algunos gobernadores e intendentes para salir con la mayor urgencia del atolladero en el que el resultado categórico de las PASO puso al gobierno. Su deseo no tardó en cumplirse. Tal vez no estrictamente en el sentido del reclamo.

Nadie explicó demasiado qué significaba más peronismo (en el peronismo, se sabe, la ambigüedad puede ser usada como brújula). Hubo quien precisó: "más gobernadores, más sindicalismo". Otro dijo: "más justicia social, más cercanía con los pobres". Pero lo que sacudió ayer al país no fue, como se decía durante la década ganada, una profundización del modelo, un matiz programático mejorado -en el supuesto de que esas generalidades describieran honduras ideológicas-, sino un rasgo de comportamiento identitario: la enorme propensión del peronismo a que sus disputas estallen en el momento inapropiado, destruyan el propio discurso y envuelvan en la volteada a la nación entera. La renuncia orquestada, súbita, de los funcionarios kirchneristas de un gobierno que llevaba dos años negando estar parcelado retrotrae a otros legendarios, inolvidables terremotos políticos intraperonistas .

Nunca la previsibilidad fue un rasgo distintivo del peronismo. Todo lo contrario. Podría decirse que hasta su piedra fundamental -la irrupción de las masas obreras suburbanas el 17 de octubre de 1945 en la capital- tuvo la marca de lo inesperado. En sus tres cuartos de siglo el Movimiento registra una nutrida colección de golpes de timón de un solo día, o golpes a secas. Bruscos cambios de rumbo, blanqueos de efectos traumáticos, frenéticas disputas facciosas que llegaron a ser tan francas y protagónicas como violentas. La violencia, felizmente, ya no manda. Pero la impiedad de arrastrar al país a los abismos de una institucionalidad debilitada perdura.

Algunas de esas fechas podrían ser...

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